La "Fábrica de los Sueños" llega a México
Si bien el cine vio sus primeras luces en diciembre de 1895, no fue sino hasta mediados del año siguiente cuando la magia provocada por la invención de los hermanos Lumiére arribó a nuestro país gracias a los esfuerzos de Gabriel Vayre y Claude Ferdinand Bernard, camarógrafos franceses que bajo las órdenes de Louis y Augusto Lumiére se encargaron de mostrar al general Porfirio Díaz y su gabinete la nueva maravilla tecnológica.
En estas fechas, en nuestro país se vivía una situación de estabilidad política y bonanza económica, el presidente Díaz se afianzaba en el poder y la sociedad se encontraba bajo una notable influencia de la moda francesa, situación que claramente favoreció el trabajo de Vayre y Bernard, quienes tuvieron la buena fortuna de ser recibidos por el gabinete presidencial, por el mismísimo Porfirio Díaz y por su familia. La noche del 6 de agosto de 1896 en uno de los salones del castillo de Chapultepec las luces se apagaron, un “click” proveniente del cinematógrafo se escuchó y el cine hizo su arribo a nuestro país para nunca más irse.
La presentación del cinematógrafo resulta un verdadero éxito, y así, contando con la aprobación presidencial, los dos técnicos franceses planearon la presentación al público, misma que se realizó la noche del domingo 16 de agosto -tan sólo 10 días después de la triunfal proyección en Chapultepec- en la 2da. Calle de Plateros # 9 altos, siendo nuevamente un rotundo éxito. El programa presentado fue el siguiente: «Disgusto de niños», «Las tullerías de París», «Carga de coraceros», «Demolición de una pared», «El regador regado», «Jugadores de ecarté», «La llegada de un tren» y «Bebé comiendo su sopa».
Consciente del poderío de la invención francesa, el presidente Díaz junto con Vayre y Bernard decidieron dar inicio formal al cine mexicano con la filmación de las primeras “vistas” nacionales, siendo el presidente la “primera estrella fílmica de nuestro país”, situación que contribuyó a agrandar su mito entre la gente volviéndolo “inmortal”. Estas primeras películas fueron: «El general Porfirio Díaz despidiéndose de sus ministros para tomar un carruaje», «El general Porfirio Díaz en carruaje regresando de Chapultepec», «El general Porfirio Díaz entrando a pie al castillo de Chapultepec», «El general Porfirio Díaz entrando en coche al castillo de Chapultepec» y «El general Porfirio Díaz paseando a caballo en el bosque de Chapultepec».
Con las festividades patrias a la vuelta de la esquina, los dos documentalistas franceses aprovecharon la ocasión para dejar plasmados en celuloide las siguientes tradiciones y sitios de nuestro país: «La llegada de la campana histórica», «El general Porfirio Díaz con sus ministros», «Desfile de los rurales a galope» -en pleno 15 de septiembre-, «El jarabe tapatío», «Manganeo», «Pelea de gallos», «Alumnas del Colegio de la Paz en traje de gimnasia», «Un amansador», «Elección de yuntas en una bueyada» y «Baño de caballos».
Vayre y Bernard dejaron al poco tiempo nuestro país para llevar la magia del cinematógrafo a otros países, siendo Enrique Churrich, Enrique Moulinié y Carlos Mongrand los encargados de afianzar al cinematógrafo en el gusto del público comenzando una producción enteramente nacional, regional y local.
En abril de 1897 el joven Salvador Toscano Barragán recibió su título de ingeniero topógrafo e hidrógrafo y para 1898 el joven Toscano realizó su debut fílmico pasando de exhibidor a cineasta al filmar «Escenas de la Alameda», «Llegada del Tlacotalpan a Veracruz», «Norte en Veracruz» y «El zócalo»; además, para 1899 filmó la representación de «Don Juan Tenorio», «Canarios de café» y «Terrible percance de un enamorado en el Cementerio de Dolores».
Hombre de espíritu inquieto y aventurero, a partir de 1910 registró sobre el celuloide diversos momentos que se vivirían en la revolución contra el gobierno de Porfirio Díaz -«El recibimiento de Madero en Lagos y Ocotlán», «Entrada de Francisco I. Madero a la ciudad de México»-; con ese material y el que se filmó posteriormente su hija, Carmen Toscano de Moreno Sánchez realizaría en 1950 la película «Memorias de un mexicano» en la que aparecen imágenes del general Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Francisco Villa y muchos otros, lo cual le confiere un gran valor histórico.
Junto con el ingeniero Toscano muchas personas fueron cautivadas por este medio, “el primer largometraje mexicano de que se tiene noticia es el documental «Fiestas presidenciales en Mérida» filmado en 1906 por el camarógrafo Enrique Rosas. Pero sin duda la generalización de la producción larga en nuestro país se da a partir de 1916, y de manera más efectiva desde 1917” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p. 11).
La primera cinta mexicana con argumento se tituló «La luz», realizada en 1916, resultando todo un suceso y un éxito taquillero gracias a la presencia de su intérprete, la actriz Emma Padilla. En su obra “Filmografía general del cine mexicano” sus autores Federico Dávalos Orozco y Esperanza Vázquez Bernal señalan algunas características acerca de los orígenes del cine nacional que es necesario mencionar:
“A fines de 1916 se inician en nuestro país esfuerzos por establecer una industria cinematográfica. No es que en ese año nazca la producción fílmica nacional, pero es entonces cuando se generaliza la costumbre de hacer largometrajes, casi todos de carácter narrativo o argumental” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p.p. 15-16).
“Previamente los cineastas mexicanos habían centrado sus esfuerzos en el rodaje de documentales. Es por eso que el historiador Aurelio de los Reyes divide la historia del cine mexicano silente en dos etapas: la primera corre desde la llegada de los empleados de la Casa Lumiére en 1896 hasta 1916; y la segunda, que nosotros extendemos hasta 1931, en la que se filman de preferencia argumentos” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p.p. 15-16).
Yucatán, a través de la historia siempre se ha distinguido por sus anhelos de independencia y por estar a la vanguardia en cuanto a los adelantos de la época, y es precisamente a la empresa yucateca CIRMAR FILMS (Manuel Cirerol Sansores y Carlos Martínez de Arredondo), realizadores de algunos cortos desde mediados de la década a quienes les tocó en suerte producir el más antiguo largometraje de argumento hecho en México de que se tenga noticia: «1810» o «Los libertadores», realizado en el año de 1916.
Dentro de las producciones del cine mudo mexicano puede asegurarse que la cinta «El automóvil gris» filmada en 1919 fue la más ambiciosa de su época. Esta película con pretensiones documentales era una serie de doce episodios donde se narraban los atracos cometidos desde 1915 en residencias capitalinas de familias adineradas por unos asaltantes con uniforme carrancista que tripulaban un automóvil gris. Esta cinta fue sonorizada en 1933.
“Los esfuerzos por establecer una industria no fructificaron debido a la enorme competencia del cine extranjero y a las circunstancias precarias de producción. No estaban dadas las condiciones que, con el arribo del sonido y la consecuente incorporación de la canción vernácula, propiciarían en los treinta la formación definitiva de la industria cinematográfica nacional” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p. 23).
En esta primera etapa destacan los trabajos de producción de Max Chauvet, Luis Lezama, Manuel de la Bandera, José M. Ramos, Enrique Rosas, Carlos Martínez Ramos, Luis G. Peredo, Miguel Contreras Torres y Manuel R. Ojeda, entre otros. En el campo de la actuación comienzan a surgir las primeras figuras, de entre las cuales destacan los nombres de Emma Padilla, Italia Almirante Manzini, Giovanna Terribili González, Francesca Bertini, Mimi Derba (quien interpretó a la abuela de Evita Muñoz “Chachita” en «Ustedes los ricos»), Luisa Obregón, Irene Hunt, Rosita Arriaga, Elsa Calderón, María Caballé, María Luisa Escobar, Elena Sánchez Valenzuela, Dolores del Río, Lupe Vélez y Lupita Tovar; esta tres últimas son las primeras figuras del cine nacional que lograron tener en México y en Hollywood una sólida y destacada carrera, además de lograr con éxito su transición del cine silente al sonoro.
Las películas que sobresalen en esta primera etapa son: «Hermosos cuadros sobre episodios nacionales» (1904), «Las aventuras de Tip Top en Chapultepec» (1907), «El suplicio de Cuauhtémoc» (1910), «El aniversario del fallecimiento de la suegra de Enhart» (1912), «Los amores de Novelty», «El matamujeres» y «La voz de su raza» (1914), «La leyenda azteca» (1915), «Alma de sacrificio», «Amor que triunfa», «Barranca trágica», «Entre la vida y la muerte», «La obsesión», «La soñadora» (1917), «La tigresa», «Tabaré», «El milagro del Tepeyac» (1918), «El automóvil gris», «El zarco» (1919), «El caporal» (1921), «El sueño del caporal» (1922), «El hombre sin patria» (1922), «Almas tropicales» (1923) y «Oro, sangre y sol» (1925).
El éxito obtenido por las cintas «Don Juan» (1926) y «El cantante de Jazz» (1927) en los Estados Unidos motivó a los productores nacionales para hacer lo mismo con las cintas mexicanas.
El proceso se inició en 1929 cuando en México terminaba la guerra cristera y se iniciaba la campaña política de José Vasconcelos. Se intentó sonorizar varias películas con la utilización de discos que debían funcionar sincrónicamente con las cintas.
«Más fuerte que el deber» del director Raphael J. Sevilla es considerada la primera película sonora mexicana, esto en el año de 1930.
En 1931 el distribuidor Juan de la Cruz Alarcón decidió emplear todos los recursos a su alcance para realizar una cinta mexicana completamente sonorizada. Para ello contrató a la actriz Lupita Tovar, al fotógrafo Alex Phillips y a los hermanos José y Roberto Rodríguez; «Santa», basada en la novela de Federico Gamboa fue la cinta que inauguró el nuevo sistema de registro de sonido inventado por los hermanos Rodríguez y que fuera patentado en nuestro país y en los Estados Unidos.
Al año siguiente (1932), aunque se realizaron solamente ocho largometrajes todos estaban sonorizados, lo que significa que el sonido estaba definitivamente adaptado a la producción fílmica nacional.
En los años siguientes la producción cinematográfica empezó a descender; al mismo tiempo grandes figuras nacionales emigraron y triunfaron en Estados Unidos como Dolores del Río, Ramón Novarro, Lupe Vélez y otros. Fue cuando el cine mexicano reaccionó en contra de la fuerte competencia de los filmes doblados de Hollywood y así, de seis películas rodadas en 1932, se alcanzaron las 57 en 1938 y las 81 en 1945, periodo en el cual se desarrolló la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Durante 1931-32 se llevó a cabo el rodaje de la epopeya mexicana del cineasta soviético Sergio M. Eisenstein «¡Qué viva México!»; con ella pretendía mostrar un gran mosaico, con prólogo y cuatro episodios sobre la historia y la situación del país. Eisenstein no terminó ni editó la película por causas desconocidas, sin embargo, esta obra ejercería una notable influencia en el cine mexicano posterior, sobre todo en el de Emilio Fernández.
En la década de los treinta llegaron a sobresalir las siguientes producciones: «Santa» (1931) con Lupita Tovar y Carlos Orellana, dirigida por Antonio Moreno; «El compadre Mendoza» (1933) con Alfredo del Diestro y Antonio R. Frausto, dirigida por Fernando de Fuentes; «La mujer del puerto» (1933) con Andrea Palma y Domingo Soler, dirigida por Arcady Boytler; «Dos monjes» (1934) con Magda Haller y Víctor Urruchúa, dirigida por Juan Bustillo Oro; «Janitzio» (1934) con Emilio Fernández y María Teresa Orozco, dirigida por Carlos Navarro; «Vámonos con Pancho Villa» (1935) con Domingo Soler y Antonio R. Frausto, dirigida por Fernando de Fuentes; «Luponini» (1935) con José Bohr y Anita Blanch, dirigida por José Bohr; «Allá en el Rancho Grande» (1936) con Tito Guizar y Esther Fernández, dirigida por Fernando de Fuentes y «Águila o sol» (1937) con Mario Moreno “Cantinflas” y Margarita Mora, dirigida por Arcady Boytler.
“El cine mexicano empezó a explorar los terrenos del arte cinematográfico de manera brillante, tal vez demasiado brillante. Favorecida por el gobierno del general Lázaro Cárdenas, la etapa pre-industrial es la más rica de su historia. Al lado de películas de ínfima calidad, directores como Juan Bustillo Oro, Arcady Boytler, Gabriel Soria, Chano Urueta y Emilio Gómez Muriel consideraron el cine como un campo abierto a la experiencia artística y a la aportación personal. No obstante los defectos técnicos y narrativos en que se expresaban estas películas, consecuencia del estado incipiente de la cinematografía nacional, podía respirarse a través de ellas un clima de búsqueda creadora” (Ayala Blanco, Jorge; La aventura del cine mexicano. En la época de oro y después; Grijalbo; México, 1993; p.p. 16-17).
“Detrás del auge en el que se produjeron y exportaron películas y actores nacionales, y de la creciente apertura de salas cinematográficas en todo el país, había signos de un deterioro que nadie se animaba a denunciar: el más grave era el del proceso de monopolización en la exhibición, por parte de un grupo de empresarios alentados y financiados por el magnate norteamericano William O. Jenkins.
Al amparo del gobernador Maximino Ávila Camacho, durante el cardenismo alentó a sus empleados de confianza, Gabriel Alarcón y Manuel Espinoza Iglesias, para que construyeran o adquirieran, a veces usando presiones poco lícitas, la mayor parte de las salas cinematográficas de Puebla. Maximino fue Secretario de Comunicaciones cuando su hermano Manuel ocupó la Presidencia de la República (1940 – 1946), por lo que Jenkins y su grupo se desplazaron a la ciudad de México” (García, Gustavo; Aviña Rafael; Época de oro del cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p. 32-33).
“Mediante la adquisición de salas en todo el país y la absorción de cadenas pequeñas, como las del ex presidente Abelardo Rodríguez, la ahora llamada Operadora de Teatros S.A. (OT), sólo tenía como rival la Cadena de Oro (CO), de Emilio Azcárraga, que con los cines Alameda también abarcaba todo el país y estaba en plena expansión. Operadora de Teatros, presidida por Espinoza Iglesias, ideó un boicot para persuadir a los distribuidores; si surtían de películas a la CO, no podrían hacerlo con OT. Los distribuidores, desunidos y confundidos, dejaron de programarse en la CO; Azcárraga tuvo que aceptar la oferta de Espinoza Iglesias y le vendió su circuito. La Operadora controlaba ya, en 1943, prácticamente todas las salas cinematográficas; Manuel Espinoza Iglesias sería más tarde uno de los principales banqueros del país, y Gabriel Alarcón volvería a la exhibición con una nueva cadena de Oro, varios años después” (García, Gustavo; Aviña Rafael; Época de oro del cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p. 32-33).
El cine mexicano evolucionaba, los directores, productores y actores lo sabían, y el público exigía de ellos una mejor calidad en cuanto a las producciones, no se temía a la competencia del extranjero y eso se reflejaba en las salas cinematográficas. Iniciaba una nueva etapa, la mejor de nuestro cine, en opinión de muchos críticos.
En estas fechas, en nuestro país se vivía una situación de estabilidad política y bonanza económica, el presidente Díaz se afianzaba en el poder y la sociedad se encontraba bajo una notable influencia de la moda francesa, situación que claramente favoreció el trabajo de Vayre y Bernard, quienes tuvieron la buena fortuna de ser recibidos por el gabinete presidencial, por el mismísimo Porfirio Díaz y por su familia. La noche del 6 de agosto de 1896 en uno de los salones del castillo de Chapultepec las luces se apagaron, un “click” proveniente del cinematógrafo se escuchó y el cine hizo su arribo a nuestro país para nunca más irse.
La presentación del cinematógrafo resulta un verdadero éxito, y así, contando con la aprobación presidencial, los dos técnicos franceses planearon la presentación al público, misma que se realizó la noche del domingo 16 de agosto -tan sólo 10 días después de la triunfal proyección en Chapultepec- en la 2da. Calle de Plateros # 9 altos, siendo nuevamente un rotundo éxito. El programa presentado fue el siguiente: «Disgusto de niños», «Las tullerías de París», «Carga de coraceros», «Demolición de una pared», «El regador regado», «Jugadores de ecarté», «La llegada de un tren» y «Bebé comiendo su sopa».
Consciente del poderío de la invención francesa, el presidente Díaz junto con Vayre y Bernard decidieron dar inicio formal al cine mexicano con la filmación de las primeras “vistas” nacionales, siendo el presidente la “primera estrella fílmica de nuestro país”, situación que contribuyó a agrandar su mito entre la gente volviéndolo “inmortal”. Estas primeras películas fueron: «El general Porfirio Díaz despidiéndose de sus ministros para tomar un carruaje», «El general Porfirio Díaz en carruaje regresando de Chapultepec», «El general Porfirio Díaz entrando a pie al castillo de Chapultepec», «El general Porfirio Díaz entrando en coche al castillo de Chapultepec» y «El general Porfirio Díaz paseando a caballo en el bosque de Chapultepec».
Con las festividades patrias a la vuelta de la esquina, los dos documentalistas franceses aprovecharon la ocasión para dejar plasmados en celuloide las siguientes tradiciones y sitios de nuestro país: «La llegada de la campana histórica», «El general Porfirio Díaz con sus ministros», «Desfile de los rurales a galope» -en pleno 15 de septiembre-, «El jarabe tapatío», «Manganeo», «Pelea de gallos», «Alumnas del Colegio de la Paz en traje de gimnasia», «Un amansador», «Elección de yuntas en una bueyada» y «Baño de caballos».
Vayre y Bernard dejaron al poco tiempo nuestro país para llevar la magia del cinematógrafo a otros países, siendo Enrique Churrich, Enrique Moulinié y Carlos Mongrand los encargados de afianzar al cinematógrafo en el gusto del público comenzando una producción enteramente nacional, regional y local.
En abril de 1897 el joven Salvador Toscano Barragán recibió su título de ingeniero topógrafo e hidrógrafo y para 1898 el joven Toscano realizó su debut fílmico pasando de exhibidor a cineasta al filmar «Escenas de la Alameda», «Llegada del Tlacotalpan a Veracruz», «Norte en Veracruz» y «El zócalo»; además, para 1899 filmó la representación de «Don Juan Tenorio», «Canarios de café» y «Terrible percance de un enamorado en el Cementerio de Dolores».
Hombre de espíritu inquieto y aventurero, a partir de 1910 registró sobre el celuloide diversos momentos que se vivirían en la revolución contra el gobierno de Porfirio Díaz -«El recibimiento de Madero en Lagos y Ocotlán», «Entrada de Francisco I. Madero a la ciudad de México»-; con ese material y el que se filmó posteriormente su hija, Carmen Toscano de Moreno Sánchez realizaría en 1950 la película «Memorias de un mexicano» en la que aparecen imágenes del general Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Francisco Villa y muchos otros, lo cual le confiere un gran valor histórico.
Junto con el ingeniero Toscano muchas personas fueron cautivadas por este medio, “el primer largometraje mexicano de que se tiene noticia es el documental «Fiestas presidenciales en Mérida» filmado en 1906 por el camarógrafo Enrique Rosas. Pero sin duda la generalización de la producción larga en nuestro país se da a partir de 1916, y de manera más efectiva desde 1917” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p. 11).
La primera cinta mexicana con argumento se tituló «La luz», realizada en 1916, resultando todo un suceso y un éxito taquillero gracias a la presencia de su intérprete, la actriz Emma Padilla. En su obra “Filmografía general del cine mexicano” sus autores Federico Dávalos Orozco y Esperanza Vázquez Bernal señalan algunas características acerca de los orígenes del cine nacional que es necesario mencionar:
“A fines de 1916 se inician en nuestro país esfuerzos por establecer una industria cinematográfica. No es que en ese año nazca la producción fílmica nacional, pero es entonces cuando se generaliza la costumbre de hacer largometrajes, casi todos de carácter narrativo o argumental” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p.p. 15-16).
“Previamente los cineastas mexicanos habían centrado sus esfuerzos en el rodaje de documentales. Es por eso que el historiador Aurelio de los Reyes divide la historia del cine mexicano silente en dos etapas: la primera corre desde la llegada de los empleados de la Casa Lumiére en 1896 hasta 1916; y la segunda, que nosotros extendemos hasta 1931, en la que se filman de preferencia argumentos” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p.p. 15-16).
Yucatán, a través de la historia siempre se ha distinguido por sus anhelos de independencia y por estar a la vanguardia en cuanto a los adelantos de la época, y es precisamente a la empresa yucateca CIRMAR FILMS (Manuel Cirerol Sansores y Carlos Martínez de Arredondo), realizadores de algunos cortos desde mediados de la década a quienes les tocó en suerte producir el más antiguo largometraje de argumento hecho en México de que se tenga noticia: «1810» o «Los libertadores», realizado en el año de 1916.
Dentro de las producciones del cine mudo mexicano puede asegurarse que la cinta «El automóvil gris» filmada en 1919 fue la más ambiciosa de su época. Esta película con pretensiones documentales era una serie de doce episodios donde se narraban los atracos cometidos desde 1915 en residencias capitalinas de familias adineradas por unos asaltantes con uniforme carrancista que tripulaban un automóvil gris. Esta cinta fue sonorizada en 1933.
“Los esfuerzos por establecer una industria no fructificaron debido a la enorme competencia del cine extranjero y a las circunstancias precarias de producción. No estaban dadas las condiciones que, con el arribo del sonido y la consecuente incorporación de la canción vernácula, propiciarían en los treinta la formación definitiva de la industria cinematográfica nacional” (Dávalos Orozco, Federico; Vázquez Bernal, Esperanza; Filmografía general del cine mexicano 1906-1931; Universidad Autónoma de Puebla; México, 1985; p. 23).
En esta primera etapa destacan los trabajos de producción de Max Chauvet, Luis Lezama, Manuel de la Bandera, José M. Ramos, Enrique Rosas, Carlos Martínez Ramos, Luis G. Peredo, Miguel Contreras Torres y Manuel R. Ojeda, entre otros. En el campo de la actuación comienzan a surgir las primeras figuras, de entre las cuales destacan los nombres de Emma Padilla, Italia Almirante Manzini, Giovanna Terribili González, Francesca Bertini, Mimi Derba (quien interpretó a la abuela de Evita Muñoz “Chachita” en «Ustedes los ricos»), Luisa Obregón, Irene Hunt, Rosita Arriaga, Elsa Calderón, María Caballé, María Luisa Escobar, Elena Sánchez Valenzuela, Dolores del Río, Lupe Vélez y Lupita Tovar; esta tres últimas son las primeras figuras del cine nacional que lograron tener en México y en Hollywood una sólida y destacada carrera, además de lograr con éxito su transición del cine silente al sonoro.
Las películas que sobresalen en esta primera etapa son: «Hermosos cuadros sobre episodios nacionales» (1904), «Las aventuras de Tip Top en Chapultepec» (1907), «El suplicio de Cuauhtémoc» (1910), «El aniversario del fallecimiento de la suegra de Enhart» (1912), «Los amores de Novelty», «El matamujeres» y «La voz de su raza» (1914), «La leyenda azteca» (1915), «Alma de sacrificio», «Amor que triunfa», «Barranca trágica», «Entre la vida y la muerte», «La obsesión», «La soñadora» (1917), «La tigresa», «Tabaré», «El milagro del Tepeyac» (1918), «El automóvil gris», «El zarco» (1919), «El caporal» (1921), «El sueño del caporal» (1922), «El hombre sin patria» (1922), «Almas tropicales» (1923) y «Oro, sangre y sol» (1925).
El éxito obtenido por las cintas «Don Juan» (1926) y «El cantante de Jazz» (1927) en los Estados Unidos motivó a los productores nacionales para hacer lo mismo con las cintas mexicanas.
El proceso se inició en 1929 cuando en México terminaba la guerra cristera y se iniciaba la campaña política de José Vasconcelos. Se intentó sonorizar varias películas con la utilización de discos que debían funcionar sincrónicamente con las cintas.
«Más fuerte que el deber» del director Raphael J. Sevilla es considerada la primera película sonora mexicana, esto en el año de 1930.
En 1931 el distribuidor Juan de la Cruz Alarcón decidió emplear todos los recursos a su alcance para realizar una cinta mexicana completamente sonorizada. Para ello contrató a la actriz Lupita Tovar, al fotógrafo Alex Phillips y a los hermanos José y Roberto Rodríguez; «Santa», basada en la novela de Federico Gamboa fue la cinta que inauguró el nuevo sistema de registro de sonido inventado por los hermanos Rodríguez y que fuera patentado en nuestro país y en los Estados Unidos.
Al año siguiente (1932), aunque se realizaron solamente ocho largometrajes todos estaban sonorizados, lo que significa que el sonido estaba definitivamente adaptado a la producción fílmica nacional.
En los años siguientes la producción cinematográfica empezó a descender; al mismo tiempo grandes figuras nacionales emigraron y triunfaron en Estados Unidos como Dolores del Río, Ramón Novarro, Lupe Vélez y otros. Fue cuando el cine mexicano reaccionó en contra de la fuerte competencia de los filmes doblados de Hollywood y así, de seis películas rodadas en 1932, se alcanzaron las 57 en 1938 y las 81 en 1945, periodo en el cual se desarrolló la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Durante 1931-32 se llevó a cabo el rodaje de la epopeya mexicana del cineasta soviético Sergio M. Eisenstein «¡Qué viva México!»; con ella pretendía mostrar un gran mosaico, con prólogo y cuatro episodios sobre la historia y la situación del país. Eisenstein no terminó ni editó la película por causas desconocidas, sin embargo, esta obra ejercería una notable influencia en el cine mexicano posterior, sobre todo en el de Emilio Fernández.
En la década de los treinta llegaron a sobresalir las siguientes producciones: «Santa» (1931) con Lupita Tovar y Carlos Orellana, dirigida por Antonio Moreno; «El compadre Mendoza» (1933) con Alfredo del Diestro y Antonio R. Frausto, dirigida por Fernando de Fuentes; «La mujer del puerto» (1933) con Andrea Palma y Domingo Soler, dirigida por Arcady Boytler; «Dos monjes» (1934) con Magda Haller y Víctor Urruchúa, dirigida por Juan Bustillo Oro; «Janitzio» (1934) con Emilio Fernández y María Teresa Orozco, dirigida por Carlos Navarro; «Vámonos con Pancho Villa» (1935) con Domingo Soler y Antonio R. Frausto, dirigida por Fernando de Fuentes; «Luponini» (1935) con José Bohr y Anita Blanch, dirigida por José Bohr; «Allá en el Rancho Grande» (1936) con Tito Guizar y Esther Fernández, dirigida por Fernando de Fuentes y «Águila o sol» (1937) con Mario Moreno “Cantinflas” y Margarita Mora, dirigida por Arcady Boytler.
“El cine mexicano empezó a explorar los terrenos del arte cinematográfico de manera brillante, tal vez demasiado brillante. Favorecida por el gobierno del general Lázaro Cárdenas, la etapa pre-industrial es la más rica de su historia. Al lado de películas de ínfima calidad, directores como Juan Bustillo Oro, Arcady Boytler, Gabriel Soria, Chano Urueta y Emilio Gómez Muriel consideraron el cine como un campo abierto a la experiencia artística y a la aportación personal. No obstante los defectos técnicos y narrativos en que se expresaban estas películas, consecuencia del estado incipiente de la cinematografía nacional, podía respirarse a través de ellas un clima de búsqueda creadora” (Ayala Blanco, Jorge; La aventura del cine mexicano. En la época de oro y después; Grijalbo; México, 1993; p.p. 16-17).
“Detrás del auge en el que se produjeron y exportaron películas y actores nacionales, y de la creciente apertura de salas cinematográficas en todo el país, había signos de un deterioro que nadie se animaba a denunciar: el más grave era el del proceso de monopolización en la exhibición, por parte de un grupo de empresarios alentados y financiados por el magnate norteamericano William O. Jenkins.
Al amparo del gobernador Maximino Ávila Camacho, durante el cardenismo alentó a sus empleados de confianza, Gabriel Alarcón y Manuel Espinoza Iglesias, para que construyeran o adquirieran, a veces usando presiones poco lícitas, la mayor parte de las salas cinematográficas de Puebla. Maximino fue Secretario de Comunicaciones cuando su hermano Manuel ocupó la Presidencia de la República (1940 – 1946), por lo que Jenkins y su grupo se desplazaron a la ciudad de México” (García, Gustavo; Aviña Rafael; Época de oro del cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p. 32-33).
“Mediante la adquisición de salas en todo el país y la absorción de cadenas pequeñas, como las del ex presidente Abelardo Rodríguez, la ahora llamada Operadora de Teatros S.A. (OT), sólo tenía como rival la Cadena de Oro (CO), de Emilio Azcárraga, que con los cines Alameda también abarcaba todo el país y estaba en plena expansión. Operadora de Teatros, presidida por Espinoza Iglesias, ideó un boicot para persuadir a los distribuidores; si surtían de películas a la CO, no podrían hacerlo con OT. Los distribuidores, desunidos y confundidos, dejaron de programarse en la CO; Azcárraga tuvo que aceptar la oferta de Espinoza Iglesias y le vendió su circuito. La Operadora controlaba ya, en 1943, prácticamente todas las salas cinematográficas; Manuel Espinoza Iglesias sería más tarde uno de los principales banqueros del país, y Gabriel Alarcón volvería a la exhibición con una nueva cadena de Oro, varios años después” (García, Gustavo; Aviña Rafael; Época de oro del cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p. 32-33).
El cine mexicano evolucionaba, los directores, productores y actores lo sabían, y el público exigía de ellos una mejor calidad en cuanto a las producciones, no se temía a la competencia del extranjero y eso se reflejaba en las salas cinematográficas. Iniciaba una nueva etapa, la mejor de nuestro cine, en opinión de muchos críticos.