Directores y Carreras Representativas
Antes de iniciar el análisis acerca del trabajo de estos doce hombres es necesario hacer una aclaración: el orden en el que presento a los directores analizados y sus obras no es jerárquico; simplemente presento las características de sus obras y su estilo fílmico. No son los únicos hombres que realizaron buen cine en este período, sin embargo, a mi juicio, son los que mejor retratan los diversos aspectos de un México en constante cambio.
Luis Alcoriza
«Los jóvenes», cinta filmada en 1960 marca el debut como director de Luis Alcoriza; en ella, inaugura en el cine mexicano las primeras tentativas de un realismo citadino, analiza la ciudad desde adentro, abarcándola con los ojos conocedores de quien vive en ella.
Colaborador frecuente de Luis Buñuel y miembro fundador del grupo Nuevo Cine dirigió, posteriormente, «Tlayucan» (1961), con Julio Aldama y Norma Angélica, cinta que tiene la originalidad de redescubrir la provincia mexicana. Luis Alcoriza se dedica en este largometraje a mostrar los aspectos típicos de un pueblecito del estado de Morelos.
En «Tiburoneros», de 1962, vista por muchos como la mejor cinta de su realizador, contaba con la solvencia narrativa y sin objeciones moralistas la dobla vida de un patrón tiburonero (Julio Aldama) capaz de llevarse bien tanto con su esposa (Amanda del Llano) en la capital, como con su joven amante (Dacia González) en la costa, y ser a la vez buen trabajador y amigo leal.
El significado de «Tiburoneros» persigue el ideal del cine clásico: si el cine es, por esencia, movimiento, libertad exterior y experiencia directa, su clasicismo ha sido consumado como un canto al hombre de acción; Alcoriza muestra en esta cinta el comportamiento de un hombre que ama la libertad y que logra su crecimiento interno a través de sus actos. Es un ser independiente y no puede hacerlo de otra manera.
Posteriormente dirigió «Amor y sexo» (1963), melodrama en el que María Félix y Julio Alemán vivían en el México actual la intriga de la novela “Safo”, de Daudet; y en el año siguiente (1964) dirigió la comedia «El gángster», con Arturo de Córdova, Ana Luisa Peluffo y Angélica María.
En este año realizó «Tarahumara», filmada en la sierra de Chihuahua. Alcoriza se trasladó al sitio mismo donde habita la tribu indígena para observar y analizar sus costumbres y forma de vida con el fin de lograr una evaluación clara y poder transmitir correctamente su problemática a través de sus actores (Ignacio López Tarso y Regino Herrera), que mezcló junto con los habitantes del lugar buscando una homogeneidad interpretativa que impidiera poner en tela de juicio las condiciones auténticas de situaciones y personajes.
A semejanza de «Tlayucan» y «Tiburoneros», que lograron ligar de manera no extravagante o típica a los personajes con el paisaje, en «Tarahumara» las descripciones son graves y contundentes.
Desde su primera película, Alcoriza exhibe su predilección por los personajes en pugna con su ambiente: en «Tlayucan» será el obrero cesado contra los intereses de la Iglesia; en «Tiburoneros» será el pescador que rechaza la vida sedentaria; en «Amor y sexo» serán el universitario y su amante que luchan contra la incomprensión hostil; en «El gángster», los pistoleros retirados recurren a la violencia para restablecer el orden familiar, y en «Tarahumara» relatará la lucha y los esfuerzos de un hombre sólo en contra del injusto despojo de sus tierras a los indígenas.
En «Divertimento» (1966), episodio de la cinta «Juego Peligroso», Alcoriza contó con buenas dosis de humor negro y erotismo una historia de amor y crímenes interpretada por Silvia Pinal y el brasileño Milton Rodríguez.
En 1968 este director fue el encargado de llevar a la pantalla «El oficio más antiguo del mundo», cinta ya comentada anteriormente y que abrió, desgraciadamente, la corriente del cine de burdel.
En la década de los setenta, Alcoriza era visto como el único precursor válido, entre los directores de su generación, del movimiento renovador. Antes de hacer cine para el Estado, obtuvo para la productora Escorpión, del colombiano Ramiro Meléndez, un gran triunfo taquillero: «Mecánica nacional» (1971), sátira de intención social rica en detalles graciosos, con Manolo Fábregas en el papel de un mecánico que iba con su familia, incluida la abuelita (Sara García, una ancianita malhablada que fallece de un modo tragicómico) a ver el final de una carrera de autos. El director logró excelentes caracterizaciones en sus personajes interpretados por Manolo Fábregas, Lucha Villa, Sara García, Gloria Marín, Héctor Suárez y Fabiola Falcón.
También en 1971, Alcoriza realizó en Colombia «El muro del silencio», con Fabiola Falcón como una madre histérica que trastornaba a su hijo, interpretado por el niño Brontis Jodorowsky, hijo del director Alejandro Jodorowsky.
Ya para el Estado dirigió dos películas, más ambiciosas que logradas: «Presagio» (1974), coproducida por Escorpión, sobre un argumento de Gabriel García Márquez, con David Reynoso, Fabiola Falcón, Anita Blanch, Lucha Villa, Carmen Montejo y muchos más, como unos pueblerinos llevados a la desgracia por unos rumores infundados; y «Las fuerzas vivas» (1975), sátira también multitudinaria con David Reynoso, Héctor Lechuga, Carmen Salinas, Armando Silvestre y Lola Beltrán, entre otros, como los personajes atribulados por la llegada de la revolución a un pequeño pueblo mexicano.
En 1978, Alcoriza dirigió también para el Estado «A paso de cojo», con Luis Manuel Pelayo y Bruno Rey, entre otros, como un ejército de inválidos convertidos en soldados cristeros.
Después trató de repetir su éxito de «Mecánica nacional» realizando para el productor Arnulfo Delgado «Semana Santa en Acapulco» (1980), comedia con David Reynoso y Lucha Villa sin la menor trascendencia; y viajó en 1981 a Madrid, España, para dirigir la cinta «Tac Tac» (en México se tituló «Han violado a una mujer»), sobre el caso real de una joven violentamente ultrajada.
Como puede verse, el camino andado por este director ha sido largo, pero con enormes logros; Alcoriza es un enamorado del cine, es su obsesión y su pasión, cada uno de estos trabajos tienen estas características y cuando acierta nadie podría confundir sus películas con otra cosa que no sea el más puro cine.
Luis Alcoriza
«Los jóvenes», cinta filmada en 1960 marca el debut como director de Luis Alcoriza; en ella, inaugura en el cine mexicano las primeras tentativas de un realismo citadino, analiza la ciudad desde adentro, abarcándola con los ojos conocedores de quien vive en ella.
Colaborador frecuente de Luis Buñuel y miembro fundador del grupo Nuevo Cine dirigió, posteriormente, «Tlayucan» (1961), con Julio Aldama y Norma Angélica, cinta que tiene la originalidad de redescubrir la provincia mexicana. Luis Alcoriza se dedica en este largometraje a mostrar los aspectos típicos de un pueblecito del estado de Morelos.
En «Tiburoneros», de 1962, vista por muchos como la mejor cinta de su realizador, contaba con la solvencia narrativa y sin objeciones moralistas la dobla vida de un patrón tiburonero (Julio Aldama) capaz de llevarse bien tanto con su esposa (Amanda del Llano) en la capital, como con su joven amante (Dacia González) en la costa, y ser a la vez buen trabajador y amigo leal.
El significado de «Tiburoneros» persigue el ideal del cine clásico: si el cine es, por esencia, movimiento, libertad exterior y experiencia directa, su clasicismo ha sido consumado como un canto al hombre de acción; Alcoriza muestra en esta cinta el comportamiento de un hombre que ama la libertad y que logra su crecimiento interno a través de sus actos. Es un ser independiente y no puede hacerlo de otra manera.
Posteriormente dirigió «Amor y sexo» (1963), melodrama en el que María Félix y Julio Alemán vivían en el México actual la intriga de la novela “Safo”, de Daudet; y en el año siguiente (1964) dirigió la comedia «El gángster», con Arturo de Córdova, Ana Luisa Peluffo y Angélica María.
En este año realizó «Tarahumara», filmada en la sierra de Chihuahua. Alcoriza se trasladó al sitio mismo donde habita la tribu indígena para observar y analizar sus costumbres y forma de vida con el fin de lograr una evaluación clara y poder transmitir correctamente su problemática a través de sus actores (Ignacio López Tarso y Regino Herrera), que mezcló junto con los habitantes del lugar buscando una homogeneidad interpretativa que impidiera poner en tela de juicio las condiciones auténticas de situaciones y personajes.
A semejanza de «Tlayucan» y «Tiburoneros», que lograron ligar de manera no extravagante o típica a los personajes con el paisaje, en «Tarahumara» las descripciones son graves y contundentes.
Desde su primera película, Alcoriza exhibe su predilección por los personajes en pugna con su ambiente: en «Tlayucan» será el obrero cesado contra los intereses de la Iglesia; en «Tiburoneros» será el pescador que rechaza la vida sedentaria; en «Amor y sexo» serán el universitario y su amante que luchan contra la incomprensión hostil; en «El gángster», los pistoleros retirados recurren a la violencia para restablecer el orden familiar, y en «Tarahumara» relatará la lucha y los esfuerzos de un hombre sólo en contra del injusto despojo de sus tierras a los indígenas.
En «Divertimento» (1966), episodio de la cinta «Juego Peligroso», Alcoriza contó con buenas dosis de humor negro y erotismo una historia de amor y crímenes interpretada por Silvia Pinal y el brasileño Milton Rodríguez.
En 1968 este director fue el encargado de llevar a la pantalla «El oficio más antiguo del mundo», cinta ya comentada anteriormente y que abrió, desgraciadamente, la corriente del cine de burdel.
En la década de los setenta, Alcoriza era visto como el único precursor válido, entre los directores de su generación, del movimiento renovador. Antes de hacer cine para el Estado, obtuvo para la productora Escorpión, del colombiano Ramiro Meléndez, un gran triunfo taquillero: «Mecánica nacional» (1971), sátira de intención social rica en detalles graciosos, con Manolo Fábregas en el papel de un mecánico que iba con su familia, incluida la abuelita (Sara García, una ancianita malhablada que fallece de un modo tragicómico) a ver el final de una carrera de autos. El director logró excelentes caracterizaciones en sus personajes interpretados por Manolo Fábregas, Lucha Villa, Sara García, Gloria Marín, Héctor Suárez y Fabiola Falcón.
También en 1971, Alcoriza realizó en Colombia «El muro del silencio», con Fabiola Falcón como una madre histérica que trastornaba a su hijo, interpretado por el niño Brontis Jodorowsky, hijo del director Alejandro Jodorowsky.
Ya para el Estado dirigió dos películas, más ambiciosas que logradas: «Presagio» (1974), coproducida por Escorpión, sobre un argumento de Gabriel García Márquez, con David Reynoso, Fabiola Falcón, Anita Blanch, Lucha Villa, Carmen Montejo y muchos más, como unos pueblerinos llevados a la desgracia por unos rumores infundados; y «Las fuerzas vivas» (1975), sátira también multitudinaria con David Reynoso, Héctor Lechuga, Carmen Salinas, Armando Silvestre y Lola Beltrán, entre otros, como los personajes atribulados por la llegada de la revolución a un pequeño pueblo mexicano.
En 1978, Alcoriza dirigió también para el Estado «A paso de cojo», con Luis Manuel Pelayo y Bruno Rey, entre otros, como un ejército de inválidos convertidos en soldados cristeros.
Después trató de repetir su éxito de «Mecánica nacional» realizando para el productor Arnulfo Delgado «Semana Santa en Acapulco» (1980), comedia con David Reynoso y Lucha Villa sin la menor trascendencia; y viajó en 1981 a Madrid, España, para dirigir la cinta «Tac Tac» (en México se tituló «Han violado a una mujer»), sobre el caso real de una joven violentamente ultrajada.
Como puede verse, el camino andado por este director ha sido largo, pero con enormes logros; Alcoriza es un enamorado del cine, es su obsesión y su pasión, cada uno de estos trabajos tienen estas características y cuando acierta nadie podría confundir sus películas con otra cosa que no sea el más puro cine.
Raúl Araiza
Nacido en Minatitlán, Veracruz, en 1935, este realizador de series televisivas debutó en la industria cinematográfica nacional en 1976 con la cinta «Cascabel», sobre la historia de Alfredo Castro (Sergio Jiménez), un joven cineasta encargado de filmar en la selva chiapaneca un documental sobre los lacandones, que poco a poco va involucrándose en sus problemas.
Esta película sorprendió por su audacia crítica y por el muy natural comportamiento de los actores logrado por Araiza, entre los que destaca Ernesto Gómez Cruz en un papel de indígena.
«Cascabel» mezcla con acierto los problemas de conciencia del joven director de cine frente a la recreación temática del indigenismo, que de acuerdo a los modelos de producción vigente lo tiene que traicionar o correr el riesgo de perder su trabajo.
A partir de un argumento de Luis Alcoriza, Araiza dirigió en 1978 «En la trampa», cinta que ratificó su habilidad en la dirección; José Alonso y Blanca Guerra personificaban a un joven matrimonio; un año después dirigió «Fuego en el mar», con Manuel Ojeda como un trabajador petrolero y Norma Herrera como su esposa.
Araiza volvió a probar solvencia en el tratamiento de temas familiares; sin embargo, debido a la situación de preferencia por cineastas extranjeros promovida por Margarita López Portillo, hubo de hacer para TELEVICINE su siguiente película, «Lagunilla mi barrio», en 1980. Es una aceptable comedia popular que narra como un pulcro, solitario y solemne anticuario interpretado por Manolo Fábregas, es ganado por el alma del barrio, representada por la simpática dueña de una taquería (Lucha Villa); en esta cinta también participan Héctor Suárez y Leticia Perdigón.
También para esta compañía dirigió con menos éxito «Toña Machetes» (1983), con Ignacio López Tarso, Sonia Infante - en un papel pensado originalmente para María Félix- y Andrés García, basada en una novela de Margarita López Portillo.
En 1984, y queriendo sacar provecho del éxito obtenido por la telenovela “El maleficio”, Araiza dirigió su secuela, «Los enviados del infierno (El maleficio II)», con Ernesto Alonso, Lucía Méndez y Eduardo Yañez.
Posteriormente dirigió «El rey de la vecindad» (1985), comedia que pretendía alcanzar la misma aceptación que su antecesora «Lagunilla mi barrio».
En la actualidad, Raúl Araiza ha realizado varias cintas para la televisión, entre las que destacan «Viernes trágico», «La jaula de la muerte», «La promesa», «Viaje directo al infierno», «El hombre que volvió de la muerte» y para el celuloide solamente la cinta «Modelo antiguo» (1991), estelarizada por Silvia Pinal y Alonso Echánove; sin embargo, dada la nueva etapa de auge de nuestro cine, no es raro que un buen día volvamos a ver su nombre en la pantalla grande. Esperemos que ese día no sea muy lejano.
Nacido en Minatitlán, Veracruz, en 1935, este realizador de series televisivas debutó en la industria cinematográfica nacional en 1976 con la cinta «Cascabel», sobre la historia de Alfredo Castro (Sergio Jiménez), un joven cineasta encargado de filmar en la selva chiapaneca un documental sobre los lacandones, que poco a poco va involucrándose en sus problemas.
Esta película sorprendió por su audacia crítica y por el muy natural comportamiento de los actores logrado por Araiza, entre los que destaca Ernesto Gómez Cruz en un papel de indígena.
«Cascabel» mezcla con acierto los problemas de conciencia del joven director de cine frente a la recreación temática del indigenismo, que de acuerdo a los modelos de producción vigente lo tiene que traicionar o correr el riesgo de perder su trabajo.
A partir de un argumento de Luis Alcoriza, Araiza dirigió en 1978 «En la trampa», cinta que ratificó su habilidad en la dirección; José Alonso y Blanca Guerra personificaban a un joven matrimonio; un año después dirigió «Fuego en el mar», con Manuel Ojeda como un trabajador petrolero y Norma Herrera como su esposa.
Araiza volvió a probar solvencia en el tratamiento de temas familiares; sin embargo, debido a la situación de preferencia por cineastas extranjeros promovida por Margarita López Portillo, hubo de hacer para TELEVICINE su siguiente película, «Lagunilla mi barrio», en 1980. Es una aceptable comedia popular que narra como un pulcro, solitario y solemne anticuario interpretado por Manolo Fábregas, es ganado por el alma del barrio, representada por la simpática dueña de una taquería (Lucha Villa); en esta cinta también participan Héctor Suárez y Leticia Perdigón.
También para esta compañía dirigió con menos éxito «Toña Machetes» (1983), con Ignacio López Tarso, Sonia Infante - en un papel pensado originalmente para María Félix- y Andrés García, basada en una novela de Margarita López Portillo.
En 1984, y queriendo sacar provecho del éxito obtenido por la telenovela “El maleficio”, Araiza dirigió su secuela, «Los enviados del infierno (El maleficio II)», con Ernesto Alonso, Lucía Méndez y Eduardo Yañez.
Posteriormente dirigió «El rey de la vecindad» (1985), comedia que pretendía alcanzar la misma aceptación que su antecesora «Lagunilla mi barrio».
En la actualidad, Raúl Araiza ha realizado varias cintas para la televisión, entre las que destacan «Viernes trágico», «La jaula de la muerte», «La promesa», «Viaje directo al infierno», «El hombre que volvió de la muerte» y para el celuloide solamente la cinta «Modelo antiguo» (1991), estelarizada por Silvia Pinal y Alonso Echánove; sin embargo, dada la nueva etapa de auge de nuestro cine, no es raro que un buen día volvamos a ver su nombre en la pantalla grande. Esperemos que ese día no sea muy lejano.
Alfonso Arau
Nacido en la ciudad de México el 11 de enero de 1932, debutó en 1969 con la cinta «El águila descalza», farsa con intenciones de crítica social donde el propio Arau hizo dos papeles: el de un gángster extranjero al estilo de Juan Orol y el de una especie de “Superman” mexicano de los pobres, el águila del título. Esta producción resultó muy divertida y rica en detalles inventivos.
Alfonso Arau dispuso de un amplio presupuesto estatal para filmar en un pueblo de Michoacán su segunda producción, «Calzonzin inspector» (1973), multitudinaria cinta cómica inspirada por la historieta gráfica «Los supermachos», de Eduardo del Río “Rius”. El propio “Rius”, Juan de la Cabada y Arau escribieron el argumento; Arau interpretó al indio Calzonzin, personaje metido en una intriga con propósitos de crítica social.
Posteriormente, en 1979 y en condiciones independientes, Arau dirigió en Los Ángeles, California, «Mojado Power», divertida comedia sobre los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, interpretada por él mismo y Blanca Guerra. La cinta, basada en un argumento de Arau y de Emilio Carballido, ganó el primer premio en el Festival de Biarritz, Francia. Cinco años después, en 1984 dirigió la comedia «Chido One, el tacos de oro».
Sin embargo, la consagración total de este director llegaría en 1991 al dirigir una obra maestra del realismo mágico, la adaptación de la novela escrita por su esposa, Laura Esquivel, «Como agua para chocolate»; ninguna cinta pudo rivalizar en cartelera y en la entrega de los premios “Ariel” contra esta producción.
Esta realización de Alfonso Arau se mantuvo durante meses en cartelera, recaudó millones de pesos, ganó infinidad de reconocimientos y premios en el país y en el extranjero, y fue elegida para aspirar a la candidatura al “Oscar” estadounidense y lo más importante: abrió nuevamente muchos de los mercados que en años anteriores estaban negados a las cintas mexicanas.
El éxito conseguido por Arau y su equipo le otorgó los méritos necesarios para que los directivos de la 20th. Century Fox le propusieran trabajar en Hollywood para dirigir a un equipo internacional conformado por los actores Giancarlo Gianinni (italiano), Keanu Reeves (norteamericano), Aitana Sánchez Gijón (española) y los mexicanos Anthony Quinn, Angélica Aragón y Evangelina Elizondo en la romántica producción «Un paseo por las nubes (A walk in the clouds)», fotografiada por el también mexicano Emmanuel Lubezki.
No cabe duda, hombres como Alfonso Arau están ganándose poco a poco los sitios que dejaran vacantes grandes directores como Emilio “Indio” Fernández y Alejandro Galindo porque, al igual que ellos, en el cine de Arau se percibe una atmósfera muy nuestra, retrata los diversos rostros de México y los mexicanos con una frescura y una credibilidad como solo los grandes pueden hacerlo.
Este notable director se enfrascó en el 2003 en el rodaje de la superproducción «Zapata», filmada en escenarios naturales del Estado de México, con un reparto multiestelar, encabezado por “el potrillo” Alejandro Fernández, una cinta que ha causado polémica debido a que los familiares del caudillo quieren que la historia se apegue lo más posible a la realidad. El resultado de esta cinta es un viaje del realismo mágico a la historia de México, no una cinta histórica o de “biografía de cartita”, situación que provocó grandes y enconadas críticas; sin embargo, el resultado final es recomendable.
Polémico, entretenido, incisivo y multiestelar, así es el cine de Alfonso Arau.
Nacido en la ciudad de México el 11 de enero de 1932, debutó en 1969 con la cinta «El águila descalza», farsa con intenciones de crítica social donde el propio Arau hizo dos papeles: el de un gángster extranjero al estilo de Juan Orol y el de una especie de “Superman” mexicano de los pobres, el águila del título. Esta producción resultó muy divertida y rica en detalles inventivos.
Alfonso Arau dispuso de un amplio presupuesto estatal para filmar en un pueblo de Michoacán su segunda producción, «Calzonzin inspector» (1973), multitudinaria cinta cómica inspirada por la historieta gráfica «Los supermachos», de Eduardo del Río “Rius”. El propio “Rius”, Juan de la Cabada y Arau escribieron el argumento; Arau interpretó al indio Calzonzin, personaje metido en una intriga con propósitos de crítica social.
Posteriormente, en 1979 y en condiciones independientes, Arau dirigió en Los Ángeles, California, «Mojado Power», divertida comedia sobre los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, interpretada por él mismo y Blanca Guerra. La cinta, basada en un argumento de Arau y de Emilio Carballido, ganó el primer premio en el Festival de Biarritz, Francia. Cinco años después, en 1984 dirigió la comedia «Chido One, el tacos de oro».
Sin embargo, la consagración total de este director llegaría en 1991 al dirigir una obra maestra del realismo mágico, la adaptación de la novela escrita por su esposa, Laura Esquivel, «Como agua para chocolate»; ninguna cinta pudo rivalizar en cartelera y en la entrega de los premios “Ariel” contra esta producción.
Esta realización de Alfonso Arau se mantuvo durante meses en cartelera, recaudó millones de pesos, ganó infinidad de reconocimientos y premios en el país y en el extranjero, y fue elegida para aspirar a la candidatura al “Oscar” estadounidense y lo más importante: abrió nuevamente muchos de los mercados que en años anteriores estaban negados a las cintas mexicanas.
El éxito conseguido por Arau y su equipo le otorgó los méritos necesarios para que los directivos de la 20th. Century Fox le propusieran trabajar en Hollywood para dirigir a un equipo internacional conformado por los actores Giancarlo Gianinni (italiano), Keanu Reeves (norteamericano), Aitana Sánchez Gijón (española) y los mexicanos Anthony Quinn, Angélica Aragón y Evangelina Elizondo en la romántica producción «Un paseo por las nubes (A walk in the clouds)», fotografiada por el también mexicano Emmanuel Lubezki.
No cabe duda, hombres como Alfonso Arau están ganándose poco a poco los sitios que dejaran vacantes grandes directores como Emilio “Indio” Fernández y Alejandro Galindo porque, al igual que ellos, en el cine de Arau se percibe una atmósfera muy nuestra, retrata los diversos rostros de México y los mexicanos con una frescura y una credibilidad como solo los grandes pueden hacerlo.
Este notable director se enfrascó en el 2003 en el rodaje de la superproducción «Zapata», filmada en escenarios naturales del Estado de México, con un reparto multiestelar, encabezado por “el potrillo” Alejandro Fernández, una cinta que ha causado polémica debido a que los familiares del caudillo quieren que la historia se apegue lo más posible a la realidad. El resultado de esta cinta es un viaje del realismo mágico a la historia de México, no una cinta histórica o de “biografía de cartita”, situación que provocó grandes y enconadas críticas; sin embargo, el resultado final es recomendable.
Polémico, entretenido, incisivo y multiestelar, así es el cine de Alfonso Arau.
Julio Bracho
Debutó en 1941 con la cinta «Ay que tiempos, señor don Simón», comedia ambientada en los lujos del porfiriato, y un año después dirigió a Jorge Negrete y Gloria Marín en «Historia de un gran amor», fotografiada por el genial Gabriel Figueroa.
En esta cinta brillan, en el esplendor de su belleza, ambos protagonistas en una secuencia casi poética en que el clímax va aumentando en intensidad hasta alcanzar su plenitud en la muerte, todo fotografiado por una cámara que se desliza al compás de la música.
En este mismo año dirigió la superproducción «La virgen que forjó una patria», ubicando una parte de su trama en el periodo de la lucha de independencia; en ella el cura Hidalgo narraba la historia de la Virgen de Guadalupe para justificar su uso emblemático en la lucha que se iniciaba.
«Distinto amanecer», de 1943 es la película que mayor renombre ha dado a Julio Bracho. Narra un momento crucial en la vida de tres ex-compañeros de universidad: un honesto líder obrero, un intelectual frustrado y su esposa, antigua novia del líder; cuando la persecución por parte de enemigos políticos de que es víctima el líder obliga a los otros dos a ayudarlo, la cercanía del peligro, un crimen indeseado pero inevitable, y el reencuentro mismo, los obliga a revalorar sus vidas y a ver de frente sus fracasos. Es un retrato de los marginados de la clase media.
La frialdad estilística de Bracho le ayudó a colocarlos en el lugar, ni despreciable ni conmovedor que merecen, la zona muerta de toda existencia, el principio de realidad sobre el que se pueden fincar sueños y amores maduros.
Posteriormente dirigió dos cintas donde trataba la crudeza citadina y del burdel, estas películas no trascendieron como sus antecesoras, pero se encontraban enmarcadas en la moda del tiempo; los títulos de Bracho en estos años fueron «La mujer de todos» (1946) y la producción «Inmaculada» (1950). Con esta moda, la ciudad fue tomando rostro de personaje y ganando espacio como tema a la reconstrucción de un hecho real.
Anteriormente este director dio al cine mexicano uno de sus últimos títulos donde la añoranza por el porfiriato se hace patente, «Don Simón de Lira» (1946), magníficamente interpretada por Joaquín Pardavé, quien retoma su personaje inolvidable de «Ay que tiempos señor don Simón», del mismo Bracho.
Y dentro del cine de tema rural, este director adaptó una novela de José Rubén Romero para su cinta «Rosenda» (1948), y la obra “La parcela” de José López Portillo y Rojas para «La posesión» (1949), con Jorge Negrete y la bella y enigmática Miroslava.
Por su parte, Arturo de Córdova fue el representante masculino de los melodramas «La ausente» y «El paraíso robado», ambas de 1951.
En 1952 incursionó en un tipo de cine de mayor profundidad temática al presentar la historia de una mujer que abandona a su pequeño hijo y años después intenta recuperarlo, en la cinta «La cobarde»; y en franca oposición, pero con igual profundidad que su antecesora, un año después dirigió «Reto a la vida», cinta donde el amor paterno es la base que sustenta el argumento.
Enmarcada en un ambiente policiaco con buenas recreaciones de ambientes sórdidos muy cercanos a los del cine negro, Bracho dirigió en 1957 «La mafia del crimen», y en 1960 realizó «La sombra del caudillo», basada en la novela de Martín Luis Guzmán, cinta “prohibida” por el régimen del presidente Adolfo López Mateos y estrenada en 1990 a petición del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Se dice que en realidad esta cinta nunca fue “prohibida” o “enlatada” oficialmente, simplemente se supo del secuestro del negativo y de las copias existentes. Durante los años que permaneció sin autorizarse, el portavoz en turno de la Dirección General de Cinematografía de la Secretaría de Gobernación, explicaba que no estaba prohibida puesto que nunca había sido presentada a supervisión. Esta excusa pudo mantenerse durante 30 años; sin embargo, extraoficialmente se sabe que la película molestó a grandes cabezas del sector militar, que fueron quienes promovieron el “secuestro” del negativo durante todo ese tiempo. Nunca se supo que oficina mantuvo guardada la cinta ni bajo la disposición de quien.
En «La sombra del caudillo» se describe la agitada época de la sucesión presidencial en los tiempos de Álvaro Obregón, cuando los militares y revolucionarios se disputan la silla presidencial desde sus altos puestos gubernamentales. La intriga se desarrolla a partir de la amistad existente entre dos generales interpretados por Ignacio López Tarso y Tito Junco, que contienden por el poder.
En 1962 dirigió una nueva versión de la novela de Edmundo de Amicis “Corazón”, titulada «Corazón de niño», con Ignacio López Tarso en el papel del bondadoso maestro de la trama; y un año después este director se incorporó a la producción de los estudios América con la realización de las tres películas de la serie «El jurado resuelve».
Para el productor Luis Bueno, Julio Bracho dirigió dos películas de promoción turística, «Guadalajara en verano» (1964), con Elizabeth Campbell, Xavier Loyá, Claudio Brook, David Reynoso y Enrique Rocha; y «Cuernavaca en primavera» (1965), compuesta por tres cuentos interpretados por Martha Hyer y Mauricio Garcés, entre otros.
Posteriormente, entre 1966 y 1967 solo dirigió dos cintas, «Damiana y los hombres» (66) y «Andante» (67), melodramas en los que el productor José Lorenzo Zakany Aldama promovió como estrella a su esposa, la joven actriz Mercedes Carreño.
Sus últimos trabajos, ya en la década de los setenta fueron «En busca de un muro» (1973), biografía del muralista José Clemente Orozco, con Ignacio López Tarso, Irán Eory y Carlos López Moctezuma; «Espejismo de la ciudad» (1975), con Carlos Bracho, Rita Macedo y Sergio Bustamante como miembros de una familia de provincia destrozada por la frialdad de la capital, y «Los amantes fríos» (1977), cinta compuesta por tres episodios.
Julio Bracho falleció en 1978. Al morir, México perdió a uno de sus principales directores y a uno de los pilares fundamentales de la producción fílmica nacional.
Debutó en 1941 con la cinta «Ay que tiempos, señor don Simón», comedia ambientada en los lujos del porfiriato, y un año después dirigió a Jorge Negrete y Gloria Marín en «Historia de un gran amor», fotografiada por el genial Gabriel Figueroa.
En esta cinta brillan, en el esplendor de su belleza, ambos protagonistas en una secuencia casi poética en que el clímax va aumentando en intensidad hasta alcanzar su plenitud en la muerte, todo fotografiado por una cámara que se desliza al compás de la música.
En este mismo año dirigió la superproducción «La virgen que forjó una patria», ubicando una parte de su trama en el periodo de la lucha de independencia; en ella el cura Hidalgo narraba la historia de la Virgen de Guadalupe para justificar su uso emblemático en la lucha que se iniciaba.
«Distinto amanecer», de 1943 es la película que mayor renombre ha dado a Julio Bracho. Narra un momento crucial en la vida de tres ex-compañeros de universidad: un honesto líder obrero, un intelectual frustrado y su esposa, antigua novia del líder; cuando la persecución por parte de enemigos políticos de que es víctima el líder obliga a los otros dos a ayudarlo, la cercanía del peligro, un crimen indeseado pero inevitable, y el reencuentro mismo, los obliga a revalorar sus vidas y a ver de frente sus fracasos. Es un retrato de los marginados de la clase media.
La frialdad estilística de Bracho le ayudó a colocarlos en el lugar, ni despreciable ni conmovedor que merecen, la zona muerta de toda existencia, el principio de realidad sobre el que se pueden fincar sueños y amores maduros.
Posteriormente dirigió dos cintas donde trataba la crudeza citadina y del burdel, estas películas no trascendieron como sus antecesoras, pero se encontraban enmarcadas en la moda del tiempo; los títulos de Bracho en estos años fueron «La mujer de todos» (1946) y la producción «Inmaculada» (1950). Con esta moda, la ciudad fue tomando rostro de personaje y ganando espacio como tema a la reconstrucción de un hecho real.
Anteriormente este director dio al cine mexicano uno de sus últimos títulos donde la añoranza por el porfiriato se hace patente, «Don Simón de Lira» (1946), magníficamente interpretada por Joaquín Pardavé, quien retoma su personaje inolvidable de «Ay que tiempos señor don Simón», del mismo Bracho.
Y dentro del cine de tema rural, este director adaptó una novela de José Rubén Romero para su cinta «Rosenda» (1948), y la obra “La parcela” de José López Portillo y Rojas para «La posesión» (1949), con Jorge Negrete y la bella y enigmática Miroslava.
Por su parte, Arturo de Córdova fue el representante masculino de los melodramas «La ausente» y «El paraíso robado», ambas de 1951.
En 1952 incursionó en un tipo de cine de mayor profundidad temática al presentar la historia de una mujer que abandona a su pequeño hijo y años después intenta recuperarlo, en la cinta «La cobarde»; y en franca oposición, pero con igual profundidad que su antecesora, un año después dirigió «Reto a la vida», cinta donde el amor paterno es la base que sustenta el argumento.
Enmarcada en un ambiente policiaco con buenas recreaciones de ambientes sórdidos muy cercanos a los del cine negro, Bracho dirigió en 1957 «La mafia del crimen», y en 1960 realizó «La sombra del caudillo», basada en la novela de Martín Luis Guzmán, cinta “prohibida” por el régimen del presidente Adolfo López Mateos y estrenada en 1990 a petición del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Se dice que en realidad esta cinta nunca fue “prohibida” o “enlatada” oficialmente, simplemente se supo del secuestro del negativo y de las copias existentes. Durante los años que permaneció sin autorizarse, el portavoz en turno de la Dirección General de Cinematografía de la Secretaría de Gobernación, explicaba que no estaba prohibida puesto que nunca había sido presentada a supervisión. Esta excusa pudo mantenerse durante 30 años; sin embargo, extraoficialmente se sabe que la película molestó a grandes cabezas del sector militar, que fueron quienes promovieron el “secuestro” del negativo durante todo ese tiempo. Nunca se supo que oficina mantuvo guardada la cinta ni bajo la disposición de quien.
En «La sombra del caudillo» se describe la agitada época de la sucesión presidencial en los tiempos de Álvaro Obregón, cuando los militares y revolucionarios se disputan la silla presidencial desde sus altos puestos gubernamentales. La intriga se desarrolla a partir de la amistad existente entre dos generales interpretados por Ignacio López Tarso y Tito Junco, que contienden por el poder.
En 1962 dirigió una nueva versión de la novela de Edmundo de Amicis “Corazón”, titulada «Corazón de niño», con Ignacio López Tarso en el papel del bondadoso maestro de la trama; y un año después este director se incorporó a la producción de los estudios América con la realización de las tres películas de la serie «El jurado resuelve».
Para el productor Luis Bueno, Julio Bracho dirigió dos películas de promoción turística, «Guadalajara en verano» (1964), con Elizabeth Campbell, Xavier Loyá, Claudio Brook, David Reynoso y Enrique Rocha; y «Cuernavaca en primavera» (1965), compuesta por tres cuentos interpretados por Martha Hyer y Mauricio Garcés, entre otros.
Posteriormente, entre 1966 y 1967 solo dirigió dos cintas, «Damiana y los hombres» (66) y «Andante» (67), melodramas en los que el productor José Lorenzo Zakany Aldama promovió como estrella a su esposa, la joven actriz Mercedes Carreño.
Sus últimos trabajos, ya en la década de los setenta fueron «En busca de un muro» (1973), biografía del muralista José Clemente Orozco, con Ignacio López Tarso, Irán Eory y Carlos López Moctezuma; «Espejismo de la ciudad» (1975), con Carlos Bracho, Rita Macedo y Sergio Bustamante como miembros de una familia de provincia destrozada por la frialdad de la capital, y «Los amantes fríos» (1977), cinta compuesta por tres episodios.
Julio Bracho falleció en 1978. Al morir, México perdió a uno de sus principales directores y a uno de los pilares fundamentales de la producción fílmica nacional.
Felipe Cazals
Nació en la ciudad de México en 1937.
A mediados de 1965, coincidiendo con los resultados finales del Primer Concurso de Cine Experimental, los directivos del I.N.B.A. encargaron a Manuel Michel la organización de un programa semanal de televisión con fines culturales llamado “Tarde de agosto”; de entre el equipo de nuevos directores sobresalió Felipe Cazals, un joven que había cursado en París, Francia, estudios de cine y que aún no había conseguido desempeñar ningún trabajo profesional en el país.
El conjunto de películas breves que realiza en esta etapa, casi siempre en apremiantes condiciones económicas y con un tiempo de rodaje y edición muy limitado, incluye varios tipos de documentales, desde el didáctico hasta las pequeñas obras maestras «Mariana Alcoforado», «Que se callen...» y «Leonora Carrington», sus primeras producciones.
Estas cintas de Cazals pese al género a que pertenecen (cortometraje sobre arte), no nacieron condenadas al olvido: en 1966 dos de ellas obtienen premios internacionales. En el Festival de Mar del Plata, Argentina, «Que se callen...» recibe el premio al mejor cortometraje; y en la Bienal de Sao Paulo, Brasil, se le concede a «Leonora Carrington» el premio al mejor corto de televisión de arte.
Posteriormente, en 1968 filmaría «La manzana de la discordia», para integrarse después, en 1969 al grupo Cine Independiente anteriormente mencionado.
Con una reputación bien cimentada, en 1975 Cazals ilustró en «Canoa» un suceso ocurrido como consecuencia de los levantamientos de 1968: en ese año, en un pueblo de la sierra poblana una multitud enardecida por un cura agredió a unos jóvenes excursionistas, empleados de la Universidad de Puebla, tomándolos por comunistas; hubo muertos y heridos. En la película, cuyo argumento fue escrito por Tomás Pérez Turrent, el actor Enrique Lucero interpretó al cura, y Salvador Sánchez a un campesino que contaba y comentaba lo ocurrido mirando a la cámara.
Apoyado en recursos como ese, tomados del documental de encuesta, Cazals logró una película muy impresionante, significativa y vista unánimemente como ejemplo de buen cine, con sustancia crítica social y política. Esta producción ganó el Premio Especial del Jurado del Festival de Berlín en 1976.
En su siguiente película, «El apando» (1975), con Salvador Sánchez, José Carlos Ruiz, Manuel Ojeda, Delia Casanova y María Rojo, Cazals alcanzó igual o mayor intensidad y fuerza; era la adaptación por José Revueltas y José Agustín de un libro del primero sobre la cruel vida de unos presos en Lecumberri, la sombría penitenciaría capitalina.
En 1976 «Las poquianchis», con Diana Bracho, Jorge Martínez de Hoyos, Salvador Sánchez, Malena Doria, Leonor Llausás, Ana Ofelia Murguía, Gonzalo Vega y María Rojo, confirmó la excepcional solvencia de Cazals en el tratamiento de temas crueles. Basado en otro argumento de Pérez Turrent quien tomó un hecho real para su historia, el director contó el relato de unas criminales del bajío dedicadas a la explotación y al tráfico de blancas, obligando a sus cautivas a ejercer la prostitución.
Antes de las películas mencionadas dirigió «El jardín de la tía Isabel» (1971), sobre unos náufragos españoles del siglo XVI perdidos en la selva de Quintana Roo; y «Aquéllos años» (1972), con Jorge Martínez de Hoyos como Benito Juárez y Helena Rojo como la emperatriz Carlota; además, dirigió un interesante documental de largometraje, «Los que viven donde sopla el viento suave» (1973), sobre los indios seris de Sonora.
La ceguera “Lópezportillista” también afectó a Cazals; empezó dirigiendo dos películas estatales, «La Güera Rodríguez» (1977), cinta histórica interpretada por Fanny Cano, y «El año de la peste» (1978), con Alejandro Parodi, José Carlos Ruiz, Rebeca Silva y Daniela Romo, versión actualizada por Gabriel García Márquez y Juan Antonio Brennan (egresado del C.C.C.) de un libro de Daniel Defoe.
Después Cazals realizó en 1980 tres películas comerciales de producción privada: dos con el cantante tropical Rigo Tovar, «Rigo es amor» y «El gran triunfo», y una comedia de burdel, «Las 7 cucas», con Isela Vega, Blanca Guerra y la española Amparo Muñoz.
Nuevamente con el Estado, Cazals dirigió en 1983 «Bajo la metralla», con Humberto Zurita, José Carlos Ruiz, Salvador Sánchez, María Rojo y Alejandro Camacho. El argumento escrito para la cinta por Xavier Robles abordada un tema político de modo algo esquemático: unos terroristas de izquierda fallaban un atentado y al mismo tiempo secuestraban a un compañero antes de ser traicionados y masacrados; Cazals demostró en el uso del espacio cerrado en que transcurrió casi toda la película una gran brillantez técnica.
En 1985 dirigió a Patricia Reyes Spíndola, Alonso Echánove y Delia Casanova en la controvertida cinta «Los motivos de Luz», basada en la historia verídica de Elvira Luz Cruz, una mujer de clase trabajadora acusada de asesinar a sus hijos.
El caso, conocido en todo el país, levantó la polémica, y en el centro de todo ese barullo, Cazals salió triunfante al presentarnos una cinta de gran calidad, con personajes bien logrados y con una ambientación como sólo él sabe lograrlas.
Seis años después (1991) dirigió la cinta biográfica «Kino», enmarcada ya en el ámbito del Nuevo Cine Mexicano, y durante 1998, en el desarrollo de la Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara, Cazals y Pérez Turrent re-estrenaron una copia con la edición completa (o también conocida como “versión del director”) de la producción «Canoa», misma que fue vista por un público estudiantil universitario (en su mayoría) que al final de la función ovacionó con sonoros aplausos al director. Un homenaje más que merecido para Felipe Cazals, un hombre dedicado en cuerpo y alma al cine, y para nuestra buena fortuna, a la producción y dirección del buen cine mexicano.
Nació en la ciudad de México en 1937.
A mediados de 1965, coincidiendo con los resultados finales del Primer Concurso de Cine Experimental, los directivos del I.N.B.A. encargaron a Manuel Michel la organización de un programa semanal de televisión con fines culturales llamado “Tarde de agosto”; de entre el equipo de nuevos directores sobresalió Felipe Cazals, un joven que había cursado en París, Francia, estudios de cine y que aún no había conseguido desempeñar ningún trabajo profesional en el país.
El conjunto de películas breves que realiza en esta etapa, casi siempre en apremiantes condiciones económicas y con un tiempo de rodaje y edición muy limitado, incluye varios tipos de documentales, desde el didáctico hasta las pequeñas obras maestras «Mariana Alcoforado», «Que se callen...» y «Leonora Carrington», sus primeras producciones.
Estas cintas de Cazals pese al género a que pertenecen (cortometraje sobre arte), no nacieron condenadas al olvido: en 1966 dos de ellas obtienen premios internacionales. En el Festival de Mar del Plata, Argentina, «Que se callen...» recibe el premio al mejor cortometraje; y en la Bienal de Sao Paulo, Brasil, se le concede a «Leonora Carrington» el premio al mejor corto de televisión de arte.
Posteriormente, en 1968 filmaría «La manzana de la discordia», para integrarse después, en 1969 al grupo Cine Independiente anteriormente mencionado.
Con una reputación bien cimentada, en 1975 Cazals ilustró en «Canoa» un suceso ocurrido como consecuencia de los levantamientos de 1968: en ese año, en un pueblo de la sierra poblana una multitud enardecida por un cura agredió a unos jóvenes excursionistas, empleados de la Universidad de Puebla, tomándolos por comunistas; hubo muertos y heridos. En la película, cuyo argumento fue escrito por Tomás Pérez Turrent, el actor Enrique Lucero interpretó al cura, y Salvador Sánchez a un campesino que contaba y comentaba lo ocurrido mirando a la cámara.
Apoyado en recursos como ese, tomados del documental de encuesta, Cazals logró una película muy impresionante, significativa y vista unánimemente como ejemplo de buen cine, con sustancia crítica social y política. Esta producción ganó el Premio Especial del Jurado del Festival de Berlín en 1976.
En su siguiente película, «El apando» (1975), con Salvador Sánchez, José Carlos Ruiz, Manuel Ojeda, Delia Casanova y María Rojo, Cazals alcanzó igual o mayor intensidad y fuerza; era la adaptación por José Revueltas y José Agustín de un libro del primero sobre la cruel vida de unos presos en Lecumberri, la sombría penitenciaría capitalina.
En 1976 «Las poquianchis», con Diana Bracho, Jorge Martínez de Hoyos, Salvador Sánchez, Malena Doria, Leonor Llausás, Ana Ofelia Murguía, Gonzalo Vega y María Rojo, confirmó la excepcional solvencia de Cazals en el tratamiento de temas crueles. Basado en otro argumento de Pérez Turrent quien tomó un hecho real para su historia, el director contó el relato de unas criminales del bajío dedicadas a la explotación y al tráfico de blancas, obligando a sus cautivas a ejercer la prostitución.
Antes de las películas mencionadas dirigió «El jardín de la tía Isabel» (1971), sobre unos náufragos españoles del siglo XVI perdidos en la selva de Quintana Roo; y «Aquéllos años» (1972), con Jorge Martínez de Hoyos como Benito Juárez y Helena Rojo como la emperatriz Carlota; además, dirigió un interesante documental de largometraje, «Los que viven donde sopla el viento suave» (1973), sobre los indios seris de Sonora.
La ceguera “Lópezportillista” también afectó a Cazals; empezó dirigiendo dos películas estatales, «La Güera Rodríguez» (1977), cinta histórica interpretada por Fanny Cano, y «El año de la peste» (1978), con Alejandro Parodi, José Carlos Ruiz, Rebeca Silva y Daniela Romo, versión actualizada por Gabriel García Márquez y Juan Antonio Brennan (egresado del C.C.C.) de un libro de Daniel Defoe.
Después Cazals realizó en 1980 tres películas comerciales de producción privada: dos con el cantante tropical Rigo Tovar, «Rigo es amor» y «El gran triunfo», y una comedia de burdel, «Las 7 cucas», con Isela Vega, Blanca Guerra y la española Amparo Muñoz.
Nuevamente con el Estado, Cazals dirigió en 1983 «Bajo la metralla», con Humberto Zurita, José Carlos Ruiz, Salvador Sánchez, María Rojo y Alejandro Camacho. El argumento escrito para la cinta por Xavier Robles abordada un tema político de modo algo esquemático: unos terroristas de izquierda fallaban un atentado y al mismo tiempo secuestraban a un compañero antes de ser traicionados y masacrados; Cazals demostró en el uso del espacio cerrado en que transcurrió casi toda la película una gran brillantez técnica.
En 1985 dirigió a Patricia Reyes Spíndola, Alonso Echánove y Delia Casanova en la controvertida cinta «Los motivos de Luz», basada en la historia verídica de Elvira Luz Cruz, una mujer de clase trabajadora acusada de asesinar a sus hijos.
El caso, conocido en todo el país, levantó la polémica, y en el centro de todo ese barullo, Cazals salió triunfante al presentarnos una cinta de gran calidad, con personajes bien logrados y con una ambientación como sólo él sabe lograrlas.
Seis años después (1991) dirigió la cinta biográfica «Kino», enmarcada ya en el ámbito del Nuevo Cine Mexicano, y durante 1998, en el desarrollo de la Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara, Cazals y Pérez Turrent re-estrenaron una copia con la edición completa (o también conocida como “versión del director”) de la producción «Canoa», misma que fue vista por un público estudiantil universitario (en su mayoría) que al final de la función ovacionó con sonoros aplausos al director. Un homenaje más que merecido para Felipe Cazals, un hombre dedicado en cuerpo y alma al cine, y para nuestra buena fortuna, a la producción y dirección del buen cine mexicano.
Emilio “Indio” Fernández
Nacido en El Hondo, municipio de Salinas, Coahuila en 1904.
Tuvo una infancia marcada por el dramatismo: a los ocho años mató a un hombre que trató de abusar a su madre, y a los diez se unió a las fuerzas revolucionarias de Pancho Villa para, posteriormente, escapar a los Estados Unidos, en donde participó como extra en numerosas producciones.
La primera aparición de Emilio Fernández en el cine es en la cinta «Volando a Río», de 1933; en ella actúa Dolores del Río, y por primera vez hacen pareja los bailarines Ginger Rogers y Fred Astaire.
Como es sabido, Emilio Fernández llegaría después a México para actuar en varias películas menores, no alcanzando el estrellato como actor, pero sí destacando en una cinta que de alguna manera es precedente de sus participaciones como actor: «Janitzio», de 1934. La actriz que lo acompaña en esta película es María Teresa Orozco, y el director Carlos Navarro, quien dirigió únicamente esta obra.
Una aparición verdaderamente excelente de Fernández es en la película de Arcady Boytler «Celos», de 1935; en ella debutó una de las figuras más representativas del cine nacional, Arturo de Córdova.
En «Adiós Nicanor», de 1937, se le otorga el papel estelar, y además de actuar contribuye en la elaboración del argumento.
La primera cinta que dirige es «La isla de la pasión», en 1941, el actor principal es David Silva, quien también participará en su segunda producción, «Soy puro mexicano», de 1942, una de las películas más patrioteras que se hayan hecho en toda la historia del cine mexicano. En ambas producciones aparece una de las estrellas preferidas de Emilio Fernández, un actor hecho por él: Pedro Armendáriz.
La cinta que consagra en forma definitiva al “Indio” es la tercera, «Flor silvestre», de 1943. Esta es la primera película mexicana en la que actúa Dolores del Río, y además, por primera vez hace pareja con Pedro Armendáriz.
A esta cinta le siguieron «María Candelaria» (1943), con Dolores del Río y Pedro Armendáriz, ganadora en el Festival de Cannes, Francia; «Las abandonadas» y «Bugambilia», ambas de 1944 y con la pareja Del Río - Armendáriz.
En las siguientes películas de Emilio Fernández pueden distinguirse dos escenarios básicos: la provincia y el barrio bravo capitalino.
Sin duda alguna, uno de los cineastas que más influyó en la obra de este genio del cine nacional fue el soviético Sergio M. Eisenstein. Su forma de presentar a sus personajes, la profundidad que les otorgaba y el gran dramatismo de cada una de sus escenas van presentando los cuatro conflictos de Eisenstein (entre los objetos y el ángulo de toma, entre los objetos y su naturaleza espacial, entre un proceso real y su duración cinematográfica y entre la imagen y el sonido), resueltos de forma magistral.
El “Indio” creó una muy peculiar escuela nacional de actuación, en la que los intérpretes proyectaban al público sus emociones a través de movimientos de cejas, de apretar las quijadas y tragar saliva. Los extras siempre fueron solemnes en extremo y contribuyeron a crear un clima de hondo dramatismo.
Los ruidos de las espuelas, el rasguear de una guitarra, las manos crispadas, los magueyes, los rebozos y las antorchas que aparecen encendidas, aún cuando fuera de día, fueron captados fielmente por la cámara de Gabriel Figueroa.
Con una buena asimilación de la pintura de José María Velasco y los muralistas, así como por la influencia de Eisenstein, Figueroa dio un tono épico y trágico a las historias de Fernández, en una plástica que tiende a petrificar cada imagen, volverla cuadro o escultura por la acentuación de los volúmenes, convirtiendo cada cinta del “Indio” en una obra de arte en movimiento.
Al morir en la ciudad de México en 1986, falleció el último reducto de un arte nacionalista; como él lo deseaba y lo planeó, logró convertirse en el cuarto muralista más importante de México.
Dentro de su extensa filmografía que abarca de 1941 a 1978, se incluyen grandes títulos como: «Flor silvestre», «María Candelaria» (1943); «La perla» (1945); «Río escondido» (1947); «Salón México», «Pueblerina» (1948); «Víctimas del pecado», «Islas Marías» (1950); «Reportaje», «La red» (1953); «Pueblito» (1961); «Un Dorado de Pancho Villa» (1966); «El crepúsculo de un dios» (1968); «Zona roja» (1975); «México norte» (1977) y «Erótica» (1978), solamente por mencionar algunas.
Su vasta obra fílmica constituye una serie de murales, de frescos fílmicos en que con intuición y grandeza poética, se utiliza la luz, la sombra y el claroscuro para plasmar no sólo la historia de México, sino la imagen espiritual y física del mexicano a la altura que éste demanda. El México esencial preservado para siempre en el arte de Emilio Fernández.
Nacido en El Hondo, municipio de Salinas, Coahuila en 1904.
Tuvo una infancia marcada por el dramatismo: a los ocho años mató a un hombre que trató de abusar a su madre, y a los diez se unió a las fuerzas revolucionarias de Pancho Villa para, posteriormente, escapar a los Estados Unidos, en donde participó como extra en numerosas producciones.
La primera aparición de Emilio Fernández en el cine es en la cinta «Volando a Río», de 1933; en ella actúa Dolores del Río, y por primera vez hacen pareja los bailarines Ginger Rogers y Fred Astaire.
Como es sabido, Emilio Fernández llegaría después a México para actuar en varias películas menores, no alcanzando el estrellato como actor, pero sí destacando en una cinta que de alguna manera es precedente de sus participaciones como actor: «Janitzio», de 1934. La actriz que lo acompaña en esta película es María Teresa Orozco, y el director Carlos Navarro, quien dirigió únicamente esta obra.
Una aparición verdaderamente excelente de Fernández es en la película de Arcady Boytler «Celos», de 1935; en ella debutó una de las figuras más representativas del cine nacional, Arturo de Córdova.
En «Adiós Nicanor», de 1937, se le otorga el papel estelar, y además de actuar contribuye en la elaboración del argumento.
La primera cinta que dirige es «La isla de la pasión», en 1941, el actor principal es David Silva, quien también participará en su segunda producción, «Soy puro mexicano», de 1942, una de las películas más patrioteras que se hayan hecho en toda la historia del cine mexicano. En ambas producciones aparece una de las estrellas preferidas de Emilio Fernández, un actor hecho por él: Pedro Armendáriz.
La cinta que consagra en forma definitiva al “Indio” es la tercera, «Flor silvestre», de 1943. Esta es la primera película mexicana en la que actúa Dolores del Río, y además, por primera vez hace pareja con Pedro Armendáriz.
A esta cinta le siguieron «María Candelaria» (1943), con Dolores del Río y Pedro Armendáriz, ganadora en el Festival de Cannes, Francia; «Las abandonadas» y «Bugambilia», ambas de 1944 y con la pareja Del Río - Armendáriz.
En las siguientes películas de Emilio Fernández pueden distinguirse dos escenarios básicos: la provincia y el barrio bravo capitalino.
Sin duda alguna, uno de los cineastas que más influyó en la obra de este genio del cine nacional fue el soviético Sergio M. Eisenstein. Su forma de presentar a sus personajes, la profundidad que les otorgaba y el gran dramatismo de cada una de sus escenas van presentando los cuatro conflictos de Eisenstein (entre los objetos y el ángulo de toma, entre los objetos y su naturaleza espacial, entre un proceso real y su duración cinematográfica y entre la imagen y el sonido), resueltos de forma magistral.
El “Indio” creó una muy peculiar escuela nacional de actuación, en la que los intérpretes proyectaban al público sus emociones a través de movimientos de cejas, de apretar las quijadas y tragar saliva. Los extras siempre fueron solemnes en extremo y contribuyeron a crear un clima de hondo dramatismo.
Los ruidos de las espuelas, el rasguear de una guitarra, las manos crispadas, los magueyes, los rebozos y las antorchas que aparecen encendidas, aún cuando fuera de día, fueron captados fielmente por la cámara de Gabriel Figueroa.
Con una buena asimilación de la pintura de José María Velasco y los muralistas, así como por la influencia de Eisenstein, Figueroa dio un tono épico y trágico a las historias de Fernández, en una plástica que tiende a petrificar cada imagen, volverla cuadro o escultura por la acentuación de los volúmenes, convirtiendo cada cinta del “Indio” en una obra de arte en movimiento.
Al morir en la ciudad de México en 1986, falleció el último reducto de un arte nacionalista; como él lo deseaba y lo planeó, logró convertirse en el cuarto muralista más importante de México.
Dentro de su extensa filmografía que abarca de 1941 a 1978, se incluyen grandes títulos como: «Flor silvestre», «María Candelaria» (1943); «La perla» (1945); «Río escondido» (1947); «Salón México», «Pueblerina» (1948); «Víctimas del pecado», «Islas Marías» (1950); «Reportaje», «La red» (1953); «Pueblito» (1961); «Un Dorado de Pancho Villa» (1966); «El crepúsculo de un dios» (1968); «Zona roja» (1975); «México norte» (1977) y «Erótica» (1978), solamente por mencionar algunas.
Su vasta obra fílmica constituye una serie de murales, de frescos fílmicos en que con intuición y grandeza poética, se utiliza la luz, la sombra y el claroscuro para plasmar no sólo la historia de México, sino la imagen espiritual y física del mexicano a la altura que éste demanda. El México esencial preservado para siempre en el arte de Emilio Fernández.
Jorge Fons
Nacido en 1938 en Tuxpan, Veracruz.
Hizo su debut en el cine dirigiendo en 1968 el tercer episodio de la cinta «Trampas de amor», junto con Tito Novaro y Manuel Michel.
Dirigió su primer largometraje completo para la CIMA FILMS, una nueva firma de Gregorio Wallerstein: «El quelite» (1969), farsa basada en una pieza teatral de Alfonso Anaya. Fons acentuó la vulgaridad de la historia para hacer una sátira del machismo y del cine ranchero; acumuló por ello detalles grotescos, algunos bastante graciosos e inventivos, a propósito de un jefe de bandoleros (Manuel López Ochoa) aquejado de irregularidades
en su funcionamiento sexual, y de otros personajes caricaturescos, como un poeta pueblerino bien interpretado por Germán Valdés “Tin Tán”.
Un año después, fue el encargado de dirigir la tercera etapa de la cinta «Tú, yo, nosotros», protagonizada por Pancho Córdova, Sergio Jiménez, Julissa y Rita Macedo, por la cual, en 1972 se le otorgó el “Ariel” como mejor director.
También dirigió con menor fortuna los siguientes largometrajes: «Los cachorros» (1971), basada en una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa, a propósito de un joven de clase media (José Alonso) atribulado por la pérdida de su miembro viril; «Jory» (1972), un western donde substituyó a Salomón Laiter; y la parodia del oeste «Cinco mil dólares de recompensa» (1972), sobre un argumento de Arturo Ripstein, con Claudio Brook y Jorge Luke.
Posteriormente dirigió el mediometraje «La E.T.A.» (1974), sobre una escuela agropecuaria de Michoacán; «Los albañiles» (1976), su siguiente cinta, fue galardonada en el Festival de Berlín. Para esta realización, Fons se basó en una novela y pieza teatral de Vicente Leñero para describir las reacciones provocadas por un crimen en un edificio en construcción; esas reacciones, a cargo de los actores Ignacio López Tarso, José Alonso, Salvador Garcini y Adalberto Martínez “Resortes”, bajo la dirección de Fons, resultaban indicativas de un cuadro social regulado por la explotación y la manipulación.
Fons confirmó en la cinta sus dotes de observador de lo popular que habían hecho excepcional y muy conmovedor el tercer episodio de la cinta «Fe, esperanza y caridad» (1972), encomendado a su persona. Es hasta 1979 cuando este cineasta dirige su siguiente proyecto, el documental «Así es Vietnam», trabajo basado en un guión escrito por él, el productor Vicente Silva y Luis Carrión con la colaboración de Gabriel García Márquez.
«Así es Vietnam» no pudo evitar la confusión y el esquematismo en su reflejo entusiasta de un hecho histórico: los efectos de la victoriosa lucha vietnamita contra los norteamericanos. Para hacer esta película, Fons asumió el punto de vista izquierdista, que se tenía como requisito natural y necesario entre los cineastas independientes.
No sería sino hasta 1990 cuando Jorge Fons, junto con Héctor Bonilla y Valentín Trujillo en la producción y los actores Bruno y Demián Bichir, María Rojo, Jorge Fegan, Martha Aura, Ademar Arau, Eduardo Palomo y el propio Héctor Bonilla, dieran mucho de que hablar, al estrenar con gran éxito y rodeados por la expectación la cinta «Rojo amanecer», cinta en la que se narran los sangrientos acontecimientos ocurridos el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Al estrenarse, se marcó una nueva tendencia en el gobierno: la apertura temática, tan necesaria para renovar los viejos géneros; y la cristalización de los esfuerzos de muchos cineastas, que por fin veían un campo abierto para la realización cinematográfica.
Después del impresionante éxito conseguido por «Rojo amanecer», en 1994 Fons adaptó una novela del egipcio Naghib Mafouz para conseguir otra cinta de factura simplemente impecable, «El callejón de los milagros», para la cual conformó un elenco de primera línea: Ernesto Gómez Cruz, Delia Casanova, Juan Manuel Bernal, María Rojo, Salma Hayek, Bruno Bichir, Daniel Giménez Cacho, Tiaré Scanda, Luis Felipe Tovar y Claudio Obregón y Esteban Soberanes.
Con «Rojo amanecer» nació oficialmente el Nuevo Cine Mexicano, y con él, Jorge Fons se transformó en uno de los pilares más importantes del cine nacional contemporáneo.
Nacido en 1938 en Tuxpan, Veracruz.
Hizo su debut en el cine dirigiendo en 1968 el tercer episodio de la cinta «Trampas de amor», junto con Tito Novaro y Manuel Michel.
Dirigió su primer largometraje completo para la CIMA FILMS, una nueva firma de Gregorio Wallerstein: «El quelite» (1969), farsa basada en una pieza teatral de Alfonso Anaya. Fons acentuó la vulgaridad de la historia para hacer una sátira del machismo y del cine ranchero; acumuló por ello detalles grotescos, algunos bastante graciosos e inventivos, a propósito de un jefe de bandoleros (Manuel López Ochoa) aquejado de irregularidades
en su funcionamiento sexual, y de otros personajes caricaturescos, como un poeta pueblerino bien interpretado por Germán Valdés “Tin Tán”.
Un año después, fue el encargado de dirigir la tercera etapa de la cinta «Tú, yo, nosotros», protagonizada por Pancho Córdova, Sergio Jiménez, Julissa y Rita Macedo, por la cual, en 1972 se le otorgó el “Ariel” como mejor director.
También dirigió con menor fortuna los siguientes largometrajes: «Los cachorros» (1971), basada en una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa, a propósito de un joven de clase media (José Alonso) atribulado por la pérdida de su miembro viril; «Jory» (1972), un western donde substituyó a Salomón Laiter; y la parodia del oeste «Cinco mil dólares de recompensa» (1972), sobre un argumento de Arturo Ripstein, con Claudio Brook y Jorge Luke.
Posteriormente dirigió el mediometraje «La E.T.A.» (1974), sobre una escuela agropecuaria de Michoacán; «Los albañiles» (1976), su siguiente cinta, fue galardonada en el Festival de Berlín. Para esta realización, Fons se basó en una novela y pieza teatral de Vicente Leñero para describir las reacciones provocadas por un crimen en un edificio en construcción; esas reacciones, a cargo de los actores Ignacio López Tarso, José Alonso, Salvador Garcini y Adalberto Martínez “Resortes”, bajo la dirección de Fons, resultaban indicativas de un cuadro social regulado por la explotación y la manipulación.
Fons confirmó en la cinta sus dotes de observador de lo popular que habían hecho excepcional y muy conmovedor el tercer episodio de la cinta «Fe, esperanza y caridad» (1972), encomendado a su persona. Es hasta 1979 cuando este cineasta dirige su siguiente proyecto, el documental «Así es Vietnam», trabajo basado en un guión escrito por él, el productor Vicente Silva y Luis Carrión con la colaboración de Gabriel García Márquez.
«Así es Vietnam» no pudo evitar la confusión y el esquematismo en su reflejo entusiasta de un hecho histórico: los efectos de la victoriosa lucha vietnamita contra los norteamericanos. Para hacer esta película, Fons asumió el punto de vista izquierdista, que se tenía como requisito natural y necesario entre los cineastas independientes.
No sería sino hasta 1990 cuando Jorge Fons, junto con Héctor Bonilla y Valentín Trujillo en la producción y los actores Bruno y Demián Bichir, María Rojo, Jorge Fegan, Martha Aura, Ademar Arau, Eduardo Palomo y el propio Héctor Bonilla, dieran mucho de que hablar, al estrenar con gran éxito y rodeados por la expectación la cinta «Rojo amanecer», cinta en la que se narran los sangrientos acontecimientos ocurridos el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Al estrenarse, se marcó una nueva tendencia en el gobierno: la apertura temática, tan necesaria para renovar los viejos géneros; y la cristalización de los esfuerzos de muchos cineastas, que por fin veían un campo abierto para la realización cinematográfica.
Después del impresionante éxito conseguido por «Rojo amanecer», en 1994 Fons adaptó una novela del egipcio Naghib Mafouz para conseguir otra cinta de factura simplemente impecable, «El callejón de los milagros», para la cual conformó un elenco de primera línea: Ernesto Gómez Cruz, Delia Casanova, Juan Manuel Bernal, María Rojo, Salma Hayek, Bruno Bichir, Daniel Giménez Cacho, Tiaré Scanda, Luis Felipe Tovar y Claudio Obregón y Esteban Soberanes.
Con «Rojo amanecer» nació oficialmente el Nuevo Cine Mexicano, y con él, Jorge Fons se transformó en uno de los pilares más importantes del cine nacional contemporáneo.
Roberto Gavaldón
Basada en la novela homónima de Vicente Blasco Ibáñez, «La barraca» marca el debut en 1934 del director Roberto Gavaldón, anteriormente asistente de dirección y discípulo de Gabriel Soria en la realización. Con la ayuda de la nieta del novelista y un equipo de españoles, Gavaldón pudo hacer una cinta que ha llegado a considerarse como española filmada en México.
En esta cinta se presenta el enfrentamiento de las necesidades vitales con las pasiones también esenciales de la vida del modo rústico, casi brutal, de la provincia española. Domingo Soler, Anita Blanch y José Baviera ganaron merecidos premios “Ariel” por sus excelentes interpretaciones, Gavaldón también fue premiado por la realización, y sin duda, la cinta de su debut es una de las mejores de su carrera.
Ubicada también en el cine costumbrista, «Rayando el sol», de 1945, el segundo trabajo de este director, con Pedro Armendáriz y David Silva, nos ubica en una trama a finales del siglo XIX; es una cinta digna y decorosa, con buen registro de la música de la época y buena fotografía paisajista de Ignacio Torres.
Dentro de la corriente de los melodramas patrióticos provocados por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la participación en esta confrontación de tropas mexicanas, el tercer largometraje de Gavaldón, titulado «Corazones de México», realizado en 1945, hace una excelente referencia al clima bélico que se vivía.
En este mismo año dirigió «El socio», cinta sobre la enajenación que ejerce el dinero y el ansia de poder en un empleado de clase media; fue una adaptación de una ingeniosa novela del escritor chileno Genaro Prieto en la que debutó el actor Hugo del Carril.
En 1947 dirigió a María Félix, Arturo de Córdova y Rosario Granados en «La diosa arrodillada», una intensa historia en donde María Félix se encuentra en la cumbre, y aparece con una personalidad arrolladora, al lado de un Arturo de Córdova a la altura de las exigencias de la trama y de su co-estrella. En esta cinta Arturo de Córdova es un magnate de la industria química que en su aniversario de bodas le regala a su esposa (Rosario Granados) la estatua de “la diosa arrodillada”; Raquel (María Félix), la modelo de la escultura es amante del industrial. Después de la misteriosa muerte de la esposa del magnate, Raquel anuncia su compromiso matrimonial con el industrial, quien es detenido por la policía antes de que la flamante pareja salga hacia Nueva York, lo acusan del asesinato de su ex-esposa; después de realizarse la autopsia se comprueba la inocencia del magnate, Raquel corre a darle la buena noticia, sin embargo él, sabiéndose culpable, se suicida dentro de su celda.
Posteriormente, en 1950 dirigió el melodrama prostibulario «Deseada», y las excelentes producciones «Rosauro Castro» y «En la palma de tu mano».
Sin lugar a dudas «Rosauro Castro» es la obra maestra de Roberto Gavaldón, en ella presenta el retrato de un cacique pueblerino que es el azote de la región; es indudablemente la más contundente puesta en escena que se haya filmado en México sobre el caciquismo: Rosauro Castro (Pedro Armendáriz) se ha instalado en el paternalismo absoluto, es la viva imagen del autoritarismo.
En la cinta «En la palma de tu mano» el director adaptó una novela de Luis Spota con la ayuda del también escritor José Revueltas. En esta historia Arturo de Córdova se luce como un elegante adivino que tiene su consultorio en un barrio en el centro de la capital. Sus ayudantes le informan acerca de los padecimientos o malestares que aquejan a sus pacientes; sin embargo, con la llegada de una enigmática y bella mujer interpretada por Leticia Palma, la candidez del mago desaparece, convirtiendo a una mujer (Carmen Montejo) en la víctima de esta absorbente historia.
«La noche avanza», con Pedro Armendáriz y Wolf Ruvinskis fue dirigida por Gavaldón en 1951. En ella una estrella del Jai - Alai se encuentra en serios problemas; entre una delincuencia y otra, el soberbio deportista planea un golpe contra reloj. La intriga que lleva a cabo se realiza sorteando toda clase de obstáculos y pasando por encima de lo que sea; cuando sube al avión para escapar de sus enemigos, el joven es asesinado por una guapa mujer que ha sido víctima de sus fechorías. Pedro Armendáriz resulta espléndido en su papel de malviviente sin escrúpulos.
En los años siguientes dirigiría «El rebozo de Soledad» (1952) y «El niño y la niebla» (1953), ambas pertenecientes a una serie de costosas producciones estatales en las que se pretendía dar prestigio al cine mexicano y que serían llamadas películas “de aliento” o de interés nacional. Serían producciones ambiciosas, amparadas en un tema noble o prestigioso; dentro de este ámbito destaca la cinta «Macario», de 1959, interpretada por Ignacio López Tarso y Enrique Lucero, basada en la novela homónima de Bruno Traven. El director recrea atmósferas fantásticas utilizando exteriores más o menos reconocibles, un brío narrativo excelso, cierto sentido fino del humor y un retrato bastante objetivo de la miseria indígena por la opresión colonial. «Macario» ganó, entre otros galardones, un premio de fotografía en el Festival de Cannes, Francia, en 1960; una nominación al “Oscar” en el mismo año como mejor película extranjera y un premio a Ignacio López Tarso como la mejor interpretación masculina en el Festival de San Francisco, en los Estados Unidos.
En 1961 Gavaldón realizó «Rosa Blanca», basada en otra novela de Traven adaptada por el director, Phill Stevenson y Emilio Carballido. Ignacio López Tarso, Christiane Martel y Reinhold Olszweski fueron los intérpretes, Gabriel Figueroa el fotógrafo y Edward Fitzgerald el excelente escenógrafo de esa ambiciosa película. En esta cinta se cuentan las vicisitudes y exaltaciones derivadas de la expropiación petrolera. Por la censura gubernamental, esta cinta pudo estrenarse hasta 1972.
Otro cuento de Bruno Traven adaptado por Carballido y Julio Alejandro dio el argumento de la siguiente película de este realizador, «Días de otoño» (1962), con Ignacio López Tarso y Pina Pellicer en los papeles centrales.
En 1964 Gavaldón dirigió «El gallo de oro» -cinta que inspiraría la realización de «El imperio de la fortuna» de Arturo Ripstein en 1986-, sobre un argumento de Juan Rulfo. Los escritores Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez junto con el director fueron los encargados de adaptar la historia, filmada en pintorescas locaciones fotografiadas por Gabriel Figueroa. Contaba las venturas y desventuras traídas por un gallo de pelea a un humilde pregonero interpretado por Ignacio López Tarso y a sus socios en el palenque, una cantante (Lucha Villa) y un gallero (Narciso Busquets).
En este año Gavaldón dirigió un melodrama sin mayor trascendencia titulado «Los hijos que yo soñé», con René Muñoz, Libertad Lamarque, Enrique Guzmán y Julio Alemán en el papel de un joven sacerdote.
Para 1969, cuando el cine de desnudos comenzaba a ganar adeptos, este director realizó la cinta «Figuras en la arena», sobre un argumento de Hugo Argüelles, donde un patrón pesquero (David Reynoso) temía que su hijo adolescente (Valentín Trujillo) resultara homosexual por la sobreprotección de su madre (Elsa Aguirre); pero el joven se “salvaba” gracias a sus amores con una prostituta del lugar (Ofelia Medina). Un año después realizaría una nueva versión de «La vida inútil de Pito Pérez», con Ignacio López Tarso encarnando a este divertido y tradicional personaje de Santa Clara del Cobre, Michoacán, basado en la novela de José Rubén Romero.
En la década de los setenta Gavaldón dirigió «Doña Macabra» (1971), divertida comedia de humor negro con Héctor Suárez y Marga López; «El hombre de los hongos» (1975), sobre una obra de Sergio Galindo, con el actor español Adolfo Marsillach como un hombre rico del México del siglo XIX en líos con una esposa demasiado ardiente (Isela Vega), una pantera y unos hongos venenosos; «Las cenizas de un diputado» (1976), comedia con Eulalio González “Piporro”, como un demagogo diputado pueblerino; y en España dirigió las producciones «Don Quijote cabalga de nuevo» (1972), con Mario Moreno “Cantinflas” y Fernando Fernán - Gómez, y «La playa vacía» (1976), melodrama con Amparo Rivelles y Jorge Rivero; y de vuelta en México dirigió «Cuando tejen las arañas» (1977), cinta en la cual reemplazó a Francisco del Villar.
La obra de este cineasta ha sido definida por Ariel Zúñiga, otro realizador cinematográfico, como un juego de espejos donde Gavaldón maneja el arte de la repetición.
México tiene en él a un gran estilista fílmico, elegantemente austero, de tono enigmático y casi abstracto; sin duda alguna, un digno representante de la cinematografía nacional.
Basada en la novela homónima de Vicente Blasco Ibáñez, «La barraca» marca el debut en 1934 del director Roberto Gavaldón, anteriormente asistente de dirección y discípulo de Gabriel Soria en la realización. Con la ayuda de la nieta del novelista y un equipo de españoles, Gavaldón pudo hacer una cinta que ha llegado a considerarse como española filmada en México.
En esta cinta se presenta el enfrentamiento de las necesidades vitales con las pasiones también esenciales de la vida del modo rústico, casi brutal, de la provincia española. Domingo Soler, Anita Blanch y José Baviera ganaron merecidos premios “Ariel” por sus excelentes interpretaciones, Gavaldón también fue premiado por la realización, y sin duda, la cinta de su debut es una de las mejores de su carrera.
Ubicada también en el cine costumbrista, «Rayando el sol», de 1945, el segundo trabajo de este director, con Pedro Armendáriz y David Silva, nos ubica en una trama a finales del siglo XIX; es una cinta digna y decorosa, con buen registro de la música de la época y buena fotografía paisajista de Ignacio Torres.
Dentro de la corriente de los melodramas patrióticos provocados por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la participación en esta confrontación de tropas mexicanas, el tercer largometraje de Gavaldón, titulado «Corazones de México», realizado en 1945, hace una excelente referencia al clima bélico que se vivía.
En este mismo año dirigió «El socio», cinta sobre la enajenación que ejerce el dinero y el ansia de poder en un empleado de clase media; fue una adaptación de una ingeniosa novela del escritor chileno Genaro Prieto en la que debutó el actor Hugo del Carril.
En 1947 dirigió a María Félix, Arturo de Córdova y Rosario Granados en «La diosa arrodillada», una intensa historia en donde María Félix se encuentra en la cumbre, y aparece con una personalidad arrolladora, al lado de un Arturo de Córdova a la altura de las exigencias de la trama y de su co-estrella. En esta cinta Arturo de Córdova es un magnate de la industria química que en su aniversario de bodas le regala a su esposa (Rosario Granados) la estatua de “la diosa arrodillada”; Raquel (María Félix), la modelo de la escultura es amante del industrial. Después de la misteriosa muerte de la esposa del magnate, Raquel anuncia su compromiso matrimonial con el industrial, quien es detenido por la policía antes de que la flamante pareja salga hacia Nueva York, lo acusan del asesinato de su ex-esposa; después de realizarse la autopsia se comprueba la inocencia del magnate, Raquel corre a darle la buena noticia, sin embargo él, sabiéndose culpable, se suicida dentro de su celda.
Posteriormente, en 1950 dirigió el melodrama prostibulario «Deseada», y las excelentes producciones «Rosauro Castro» y «En la palma de tu mano».
Sin lugar a dudas «Rosauro Castro» es la obra maestra de Roberto Gavaldón, en ella presenta el retrato de un cacique pueblerino que es el azote de la región; es indudablemente la más contundente puesta en escena que se haya filmado en México sobre el caciquismo: Rosauro Castro (Pedro Armendáriz) se ha instalado en el paternalismo absoluto, es la viva imagen del autoritarismo.
En la cinta «En la palma de tu mano» el director adaptó una novela de Luis Spota con la ayuda del también escritor José Revueltas. En esta historia Arturo de Córdova se luce como un elegante adivino que tiene su consultorio en un barrio en el centro de la capital. Sus ayudantes le informan acerca de los padecimientos o malestares que aquejan a sus pacientes; sin embargo, con la llegada de una enigmática y bella mujer interpretada por Leticia Palma, la candidez del mago desaparece, convirtiendo a una mujer (Carmen Montejo) en la víctima de esta absorbente historia.
«La noche avanza», con Pedro Armendáriz y Wolf Ruvinskis fue dirigida por Gavaldón en 1951. En ella una estrella del Jai - Alai se encuentra en serios problemas; entre una delincuencia y otra, el soberbio deportista planea un golpe contra reloj. La intriga que lleva a cabo se realiza sorteando toda clase de obstáculos y pasando por encima de lo que sea; cuando sube al avión para escapar de sus enemigos, el joven es asesinado por una guapa mujer que ha sido víctima de sus fechorías. Pedro Armendáriz resulta espléndido en su papel de malviviente sin escrúpulos.
En los años siguientes dirigiría «El rebozo de Soledad» (1952) y «El niño y la niebla» (1953), ambas pertenecientes a una serie de costosas producciones estatales en las que se pretendía dar prestigio al cine mexicano y que serían llamadas películas “de aliento” o de interés nacional. Serían producciones ambiciosas, amparadas en un tema noble o prestigioso; dentro de este ámbito destaca la cinta «Macario», de 1959, interpretada por Ignacio López Tarso y Enrique Lucero, basada en la novela homónima de Bruno Traven. El director recrea atmósferas fantásticas utilizando exteriores más o menos reconocibles, un brío narrativo excelso, cierto sentido fino del humor y un retrato bastante objetivo de la miseria indígena por la opresión colonial. «Macario» ganó, entre otros galardones, un premio de fotografía en el Festival de Cannes, Francia, en 1960; una nominación al “Oscar” en el mismo año como mejor película extranjera y un premio a Ignacio López Tarso como la mejor interpretación masculina en el Festival de San Francisco, en los Estados Unidos.
En 1961 Gavaldón realizó «Rosa Blanca», basada en otra novela de Traven adaptada por el director, Phill Stevenson y Emilio Carballido. Ignacio López Tarso, Christiane Martel y Reinhold Olszweski fueron los intérpretes, Gabriel Figueroa el fotógrafo y Edward Fitzgerald el excelente escenógrafo de esa ambiciosa película. En esta cinta se cuentan las vicisitudes y exaltaciones derivadas de la expropiación petrolera. Por la censura gubernamental, esta cinta pudo estrenarse hasta 1972.
Otro cuento de Bruno Traven adaptado por Carballido y Julio Alejandro dio el argumento de la siguiente película de este realizador, «Días de otoño» (1962), con Ignacio López Tarso y Pina Pellicer en los papeles centrales.
En 1964 Gavaldón dirigió «El gallo de oro» -cinta que inspiraría la realización de «El imperio de la fortuna» de Arturo Ripstein en 1986-, sobre un argumento de Juan Rulfo. Los escritores Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez junto con el director fueron los encargados de adaptar la historia, filmada en pintorescas locaciones fotografiadas por Gabriel Figueroa. Contaba las venturas y desventuras traídas por un gallo de pelea a un humilde pregonero interpretado por Ignacio López Tarso y a sus socios en el palenque, una cantante (Lucha Villa) y un gallero (Narciso Busquets).
En este año Gavaldón dirigió un melodrama sin mayor trascendencia titulado «Los hijos que yo soñé», con René Muñoz, Libertad Lamarque, Enrique Guzmán y Julio Alemán en el papel de un joven sacerdote.
Para 1969, cuando el cine de desnudos comenzaba a ganar adeptos, este director realizó la cinta «Figuras en la arena», sobre un argumento de Hugo Argüelles, donde un patrón pesquero (David Reynoso) temía que su hijo adolescente (Valentín Trujillo) resultara homosexual por la sobreprotección de su madre (Elsa Aguirre); pero el joven se “salvaba” gracias a sus amores con una prostituta del lugar (Ofelia Medina). Un año después realizaría una nueva versión de «La vida inútil de Pito Pérez», con Ignacio López Tarso encarnando a este divertido y tradicional personaje de Santa Clara del Cobre, Michoacán, basado en la novela de José Rubén Romero.
En la década de los setenta Gavaldón dirigió «Doña Macabra» (1971), divertida comedia de humor negro con Héctor Suárez y Marga López; «El hombre de los hongos» (1975), sobre una obra de Sergio Galindo, con el actor español Adolfo Marsillach como un hombre rico del México del siglo XIX en líos con una esposa demasiado ardiente (Isela Vega), una pantera y unos hongos venenosos; «Las cenizas de un diputado» (1976), comedia con Eulalio González “Piporro”, como un demagogo diputado pueblerino; y en España dirigió las producciones «Don Quijote cabalga de nuevo» (1972), con Mario Moreno “Cantinflas” y Fernando Fernán - Gómez, y «La playa vacía» (1976), melodrama con Amparo Rivelles y Jorge Rivero; y de vuelta en México dirigió «Cuando tejen las arañas» (1977), cinta en la cual reemplazó a Francisco del Villar.
La obra de este cineasta ha sido definida por Ariel Zúñiga, otro realizador cinematográfico, como un juego de espejos donde Gavaldón maneja el arte de la repetición.
México tiene en él a un gran estilista fílmico, elegantemente austero, de tono enigmático y casi abstracto; sin duda alguna, un digno representante de la cinematografía nacional.
Jaime Humberto Hermosillo
Nacido en Aguascalientes, Aguascalientes en 1942, este joven egresado del C.U.E.C. debutó en el cine con la cinta «La verdadera vocación de Magdalena», en 1971.
Posteriormente, en 1974 se integró al grupo fundador de la cooperativa D.A.S.A. (Directores Asociados S.A.), formada por él, Raúl Araiza, José Estrada, Alberto Isaac, Gonzalo Martínez, Sergio Olhovich, Julián Pastor y Juan Manuel Torres.
En «La pasión según Berenice» (1975), Hermosillo cuenta la historia de los amores de una señorita interpretada por Martha Navarro con un ingeniero capitalino personificado por Pedro Armendáriz Jr., de viaje en Aguascalientes. Con esta rica y sugerente película su director confirmó un progreso señalado paso a paso por sus anteriores largometrajes.
En su segundo trabajo, «El señor de Osanto» (1972), con Daniela Rosen, Hugo Stiglitz, Mario Castillón Bracho y Fernando Soler, el director ubicó con regular fortuna en el México rural de tiempos de la intervención francesa una trama de Stevenson, “The master of ballanstree”, adaptada por el director y José de la Colina.
Con su tercera cinta, «El cumpleaños del perro» (1974), con Jorge Martínez de Hoyos, Diana Bracho, Héctor Bonilla y Lina Montes, le fue mucho mejor; en ella describía las relaciones entre dos matrimonios, uno joven y el otro ya maduro.
Después de «La pasión según Berenice», Hermosillo dirigió la intencionada y divertida «Matinée» (1976), sobre dos niños aficionados al cine que se ven mezclados en los líos de dos asaltantes, interpretados por Héctor Bonilla y Manuel Ojeda.
Durante el sexenio del licenciado José López Portillo, mientras otros directores de su generación sufrían las frustraciones causadas por la política de R.T.C., Hermosillo logró alternar la realización de cine estatal con la producción de cine independiente.
En la cinta estatal «Naufragio» (1977), María Rojo y Ana Ofelia Murguía eran dos mujeres trastornadas por el hijo aventurero y marino (José Alonso) de la segunda; la historia, del propio Hermosillo y de José de la Colina, culmina con la imagen política y extraña de Tlatelolco inundado por el mar, donde naufragan los sueños, las esperanzas y las decepciones de los protagonistas que son planteados en el guión.
Su siguiente película, de producción independiente fue «Las apariencias engañan» (1977), cuyo estreno se atrasó por cinco años debido a la censura, o tal vez por no haber sido producida por el Estado; resulta uno de los mejores trabajos de Hermosillo, en ella, Isela Vega sorprendía a Gonzalo Vega con la revelación de una impensada condición sexual, todo para exhibir de nuevo la hipocresía y doblez de la clase media de provincia, igual que sus cintas anteriores «La pasión según Berenice» y «El cumpleaños del perro».
En 1978 dirigió dos cintas; «Amor libre», producción estatal basada en una historia de Francisco Sánchez, con Julissa, Alma Muriel, Manuel Ojeda y José Alonso; y la independiente «María de mi corazón», con María Rojo y Héctor Bonilla, que ganó fama en exhibiciones de cine - clubes y salas no comerciales. Con esta cinta ganó el primer premio en el Festival de Cartagena, Colombia.
En esta película Hermosillo contó, a partir de una historia de Gabriel García Márquez, los amores de una maga (María Rojo) y un ladrón (Héctor Bonilla), a la vez que arriesgaba con buenos resultados, un inesperado cambio: de la comedia popular se pasaba a la tragedia cuando la heroína era tomada por loca en un manicomio.
En 1982, Hermosillo hizo otra película independiente, «Confidencias», sobre la novela de Luis Zapata “De pétalos perennes”, con Beatriz Sheridan y María Rojo (nuevamente), en papeles respectivos de patrona y sirvienta.
Por último, no se pueden dejar de mencionar las cintas «Intimidades en un cuarto de baño», «Encuentro inesperado», las polémicas «La tarea» y «La tarea prohibida» y la aplaudida «De noche vienes, Esmeralda».
Nacido en Aguascalientes, Aguascalientes en 1942, este joven egresado del C.U.E.C. debutó en el cine con la cinta «La verdadera vocación de Magdalena», en 1971.
Posteriormente, en 1974 se integró al grupo fundador de la cooperativa D.A.S.A. (Directores Asociados S.A.), formada por él, Raúl Araiza, José Estrada, Alberto Isaac, Gonzalo Martínez, Sergio Olhovich, Julián Pastor y Juan Manuel Torres.
En «La pasión según Berenice» (1975), Hermosillo cuenta la historia de los amores de una señorita interpretada por Martha Navarro con un ingeniero capitalino personificado por Pedro Armendáriz Jr., de viaje en Aguascalientes. Con esta rica y sugerente película su director confirmó un progreso señalado paso a paso por sus anteriores largometrajes.
En su segundo trabajo, «El señor de Osanto» (1972), con Daniela Rosen, Hugo Stiglitz, Mario Castillón Bracho y Fernando Soler, el director ubicó con regular fortuna en el México rural de tiempos de la intervención francesa una trama de Stevenson, “The master of ballanstree”, adaptada por el director y José de la Colina.
Con su tercera cinta, «El cumpleaños del perro» (1974), con Jorge Martínez de Hoyos, Diana Bracho, Héctor Bonilla y Lina Montes, le fue mucho mejor; en ella describía las relaciones entre dos matrimonios, uno joven y el otro ya maduro.
Después de «La pasión según Berenice», Hermosillo dirigió la intencionada y divertida «Matinée» (1976), sobre dos niños aficionados al cine que se ven mezclados en los líos de dos asaltantes, interpretados por Héctor Bonilla y Manuel Ojeda.
Durante el sexenio del licenciado José López Portillo, mientras otros directores de su generación sufrían las frustraciones causadas por la política de R.T.C., Hermosillo logró alternar la realización de cine estatal con la producción de cine independiente.
En la cinta estatal «Naufragio» (1977), María Rojo y Ana Ofelia Murguía eran dos mujeres trastornadas por el hijo aventurero y marino (José Alonso) de la segunda; la historia, del propio Hermosillo y de José de la Colina, culmina con la imagen política y extraña de Tlatelolco inundado por el mar, donde naufragan los sueños, las esperanzas y las decepciones de los protagonistas que son planteados en el guión.
Su siguiente película, de producción independiente fue «Las apariencias engañan» (1977), cuyo estreno se atrasó por cinco años debido a la censura, o tal vez por no haber sido producida por el Estado; resulta uno de los mejores trabajos de Hermosillo, en ella, Isela Vega sorprendía a Gonzalo Vega con la revelación de una impensada condición sexual, todo para exhibir de nuevo la hipocresía y doblez de la clase media de provincia, igual que sus cintas anteriores «La pasión según Berenice» y «El cumpleaños del perro».
En 1978 dirigió dos cintas; «Amor libre», producción estatal basada en una historia de Francisco Sánchez, con Julissa, Alma Muriel, Manuel Ojeda y José Alonso; y la independiente «María de mi corazón», con María Rojo y Héctor Bonilla, que ganó fama en exhibiciones de cine - clubes y salas no comerciales. Con esta cinta ganó el primer premio en el Festival de Cartagena, Colombia.
En esta película Hermosillo contó, a partir de una historia de Gabriel García Márquez, los amores de una maga (María Rojo) y un ladrón (Héctor Bonilla), a la vez que arriesgaba con buenos resultados, un inesperado cambio: de la comedia popular se pasaba a la tragedia cuando la heroína era tomada por loca en un manicomio.
En 1982, Hermosillo hizo otra película independiente, «Confidencias», sobre la novela de Luis Zapata “De pétalos perennes”, con Beatriz Sheridan y María Rojo (nuevamente), en papeles respectivos de patrona y sirvienta.
Por último, no se pueden dejar de mencionar las cintas «Intimidades en un cuarto de baño», «Encuentro inesperado», las polémicas «La tarea» y «La tarea prohibida» y la aplaudida «De noche vienes, Esmeralda».
Paul Leduc
Miembro fundador del grupo Nuevo Cine en 1961 junto con Salomón Laiter, Luis Alcoriza y Emilio García Riera, entre otros. Colaboró en 1968 junto con Leobardo López Aretche en la producción de la cinta «El grito», censurada por el gobierno; posteriormente, aunque sin entrar directamente en él, fue afín al grupo Cine Independiente, formado por Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Rafael Castañedo, Pedro F. Miret y Tomás Pérez Turrent en 1969.
Paul Leduc realizó en 1970 la cinta épica «Reed, México insurgente», sobre la crónica del periodista norteamericano John Reed de la compleja realidad del México revolucionario; esta cinta fue protagonizada por Claudio Obregón, Eduardo López Rojas, Ernesto Gómez Cruz y Eraclio Zepeda, entre otros. Esta película ganó en 1973 el premio George Sadoul, concedido en Francia para la mejor película extranjera, compitiendo con cintas de manufactura norteamericana, italiana y del país anfitrión.
En coproducción con Canadá, la Secretaría de Educación Pública (SEP.), produjo y dirigió el largometraje «Etnocidio: notas sobre el Mezquital», en 1976, obra crítica muy importante en su momento. Sin otro apoyo sonoro que las declaraciones de unos entrevistados (campesinos otomíes, obreros), este director ofreció una visión muy bella e impresionante sobre los graves problemas de la población trabajadora del lugar.
Tres años más tarde, en 1979, Paul Leduc dirigió el documental de largometraje «Historias prohibidas de Pulgarcito», con una duración de más de dos horas donde narra la lucha de los guerrilleros en contra del imperialismo en El Salvador.
Después, en 1981, Leduc hizo una película independiente de argumento basada en una novela de Carlos Fuentes, «Complot petrolero: la cabeza de la hidra», con José Alonso como un agente secreto al estilo del inglés James Bond. La cinta, divertida y espléndidamente filmada en locaciones mexicanas y puertorriqueñas duró en total 210 minutos, pues se preveía su paso por televisión en cuatro episodios, sin que hasta el momento se haya proyectado, quizá por los intereses políticos que se afectarían o tal vez por el temor ante el inminente cambio de gobierno.
En 1983, en su primer intento de narrar una historia solo en imágenes, Paul Leduc dirigió «Frida; naturaleza viva»; aquí el cineasta recurre al lenguaje fílmico esencial y prescinde del lenguaje hablado, mas no del sonido, que sobre - impone con gran astucia. Sin duda el punto central de esta cinta recae en las actuaciones de Ofelia Medina (“Ariel” a la mejor actuación femenina en 1984) y de Juan José Gurrola, quienes dan vida a Frida Kahlo y Diego Rivera, bajo la experta dirección de Leduc, ganador del “Ariel” al mejor director en 1984.
Al final de esta cinta hay una explosión artística: las imágenes de casi la totalidad de la obra de Frida Kahlo aparece magnificada y exaltada gracias al trabajo de Rafael Castañedo, quien logra conjuntarlos en una sutil edición.
Aunque en la actualidad Paul Leduc no ha dirigido ninguna producción en nuestro país, su filmografía demuestra el ímpetu del director por encontrar nuevos caminos para el cine mexicano, su obra es una búsqueda por demostrar las diferentes realidades de un México en constante cambio.
Miembro fundador del grupo Nuevo Cine en 1961 junto con Salomón Laiter, Luis Alcoriza y Emilio García Riera, entre otros. Colaboró en 1968 junto con Leobardo López Aretche en la producción de la cinta «El grito», censurada por el gobierno; posteriormente, aunque sin entrar directamente en él, fue afín al grupo Cine Independiente, formado por Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Rafael Castañedo, Pedro F. Miret y Tomás Pérez Turrent en 1969.
Paul Leduc realizó en 1970 la cinta épica «Reed, México insurgente», sobre la crónica del periodista norteamericano John Reed de la compleja realidad del México revolucionario; esta cinta fue protagonizada por Claudio Obregón, Eduardo López Rojas, Ernesto Gómez Cruz y Eraclio Zepeda, entre otros. Esta película ganó en 1973 el premio George Sadoul, concedido en Francia para la mejor película extranjera, compitiendo con cintas de manufactura norteamericana, italiana y del país anfitrión.
En coproducción con Canadá, la Secretaría de Educación Pública (SEP.), produjo y dirigió el largometraje «Etnocidio: notas sobre el Mezquital», en 1976, obra crítica muy importante en su momento. Sin otro apoyo sonoro que las declaraciones de unos entrevistados (campesinos otomíes, obreros), este director ofreció una visión muy bella e impresionante sobre los graves problemas de la población trabajadora del lugar.
Tres años más tarde, en 1979, Paul Leduc dirigió el documental de largometraje «Historias prohibidas de Pulgarcito», con una duración de más de dos horas donde narra la lucha de los guerrilleros en contra del imperialismo en El Salvador.
Después, en 1981, Leduc hizo una película independiente de argumento basada en una novela de Carlos Fuentes, «Complot petrolero: la cabeza de la hidra», con José Alonso como un agente secreto al estilo del inglés James Bond. La cinta, divertida y espléndidamente filmada en locaciones mexicanas y puertorriqueñas duró en total 210 minutos, pues se preveía su paso por televisión en cuatro episodios, sin que hasta el momento se haya proyectado, quizá por los intereses políticos que se afectarían o tal vez por el temor ante el inminente cambio de gobierno.
En 1983, en su primer intento de narrar una historia solo en imágenes, Paul Leduc dirigió «Frida; naturaleza viva»; aquí el cineasta recurre al lenguaje fílmico esencial y prescinde del lenguaje hablado, mas no del sonido, que sobre - impone con gran astucia. Sin duda el punto central de esta cinta recae en las actuaciones de Ofelia Medina (“Ariel” a la mejor actuación femenina en 1984) y de Juan José Gurrola, quienes dan vida a Frida Kahlo y Diego Rivera, bajo la experta dirección de Leduc, ganador del “Ariel” al mejor director en 1984.
Al final de esta cinta hay una explosión artística: las imágenes de casi la totalidad de la obra de Frida Kahlo aparece magnificada y exaltada gracias al trabajo de Rafael Castañedo, quien logra conjuntarlos en una sutil edición.
Aunque en la actualidad Paul Leduc no ha dirigido ninguna producción en nuestro país, su filmografía demuestra el ímpetu del director por encontrar nuevos caminos para el cine mexicano, su obra es una búsqueda por demostrar las diferentes realidades de un México en constante cambio.
Gabriel Retes
Gabriel Retes nació en la ciudad de México en 1947.
Actor, director de teatro y realizador de cine en súper 8 mm., debutó como director cinematográfico con la película estatal «Chin Chin, el teporocho», en 1975, basando su argumento en una novela de Armando Ramírez; la cinta, fuerte e interesante, tenía como personajes principales a unos jóvenes del barrio de Tepito, interpretados por Carlos Chávez, Jorge Santoyo, Diana Bracho y Tina Romero.
Retes dirigió también para el Estado «Nuevo Mundo» en 1976, con Aarón Hernán, Tito Junco y María Rojo; cinta histórica donde el director cuenta desde su muy particular punto de vista, basado en un argumento de Pedro F. Miret, su visión del modo en que los conquistadores españoles trajeron la fe católica a nuestro país.
En 1977 dirigió y protagonizó una cinta muy interesante titulada «Bandera rota»; en ella cuenta la historia de unos jóvenes cineastas independientes que chantajeaban a un industrial (Manolo Fábregas), para ser finalmente atrapados y sometidos a una cruel tortura antes de ser asesinados.
En 1983 dirigió dos cintas de aventuras de buena calidad pero no muy publicitadas, «Los náufragos del Liguria» y su secuela, titulada «Los piratas»; y en 1984 fue el encargado de dirigir «Mujeres salvajes», cinta de mediana aceptación entre el público.
A comienzos de esta década, y aprovechando la apertura temática del Nuevo Cine Mexicano, Retes dirigió «El bulto», protagonizada por él mismo en el papel central, Héctor Bonilla, José Alonso y Delia Casanova. En esta cinta cuenta la historia de un joven periodista que en 1971 es víctima de un ataque del grupo paramilitar “Los halcones”, célebremente famoso por su cruel participación en la masacre estudiantil de 1968, quedando en estado de coma por veinte años, despertando en 1991 en un mundo completamente nuevo para él. La confrontación que hace Retes de ambos mundos es un claro ejemplo de buen cine mexicano, y constituye, además, una de las películas que inauguraron esta nueva etapa de auge de nuestra cinematografía.
En 1994 protagonizó una divertida historia basada en un guión de él mismo, María del Pozo y Gabriela Retes titulada «Bienvenido - Welcome», una excelente combinación de drama y comedia sobre las consecuencias y estragos que el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) ha causado en la sociedad mexicana. Además, en esta misma película se cuenta otra historia: las peripecias y preocupaciones de un grupo de cineastas independientes que intenta desesperadamente concluir la filmación de una película.
Con un sólido reparto encabezado por él, Lourdes Elizarraras, Luis Felipe Tovar, Jesse Borrego, Fernando Arau y Juan Claudio Retes, este director volvió a dar una cátedra acerca de cómo hacer buen cine aprovechando un guión ingenioso y actores de primer nivel.
Para marzo de 1999 en el marco de la XIV Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara, Gabriel Retes estrenó su más reciente producción, titulada «Un dulce olor a muerte», contando otra vez con un reparto de primera calidad encabezado por Karra Elejalde, Ana Álvarez, Diego Luna, Héctor Alteiro y Odiseo Bichir.
Con una corta, pero substanciosa carrera, este es un acercamiento al cine de Gabriel Retes.
Gabriel Retes nació en la ciudad de México en 1947.
Actor, director de teatro y realizador de cine en súper 8 mm., debutó como director cinematográfico con la película estatal «Chin Chin, el teporocho», en 1975, basando su argumento en una novela de Armando Ramírez; la cinta, fuerte e interesante, tenía como personajes principales a unos jóvenes del barrio de Tepito, interpretados por Carlos Chávez, Jorge Santoyo, Diana Bracho y Tina Romero.
Retes dirigió también para el Estado «Nuevo Mundo» en 1976, con Aarón Hernán, Tito Junco y María Rojo; cinta histórica donde el director cuenta desde su muy particular punto de vista, basado en un argumento de Pedro F. Miret, su visión del modo en que los conquistadores españoles trajeron la fe católica a nuestro país.
En 1977 dirigió y protagonizó una cinta muy interesante titulada «Bandera rota»; en ella cuenta la historia de unos jóvenes cineastas independientes que chantajeaban a un industrial (Manolo Fábregas), para ser finalmente atrapados y sometidos a una cruel tortura antes de ser asesinados.
En 1983 dirigió dos cintas de aventuras de buena calidad pero no muy publicitadas, «Los náufragos del Liguria» y su secuela, titulada «Los piratas»; y en 1984 fue el encargado de dirigir «Mujeres salvajes», cinta de mediana aceptación entre el público.
A comienzos de esta década, y aprovechando la apertura temática del Nuevo Cine Mexicano, Retes dirigió «El bulto», protagonizada por él mismo en el papel central, Héctor Bonilla, José Alonso y Delia Casanova. En esta cinta cuenta la historia de un joven periodista que en 1971 es víctima de un ataque del grupo paramilitar “Los halcones”, célebremente famoso por su cruel participación en la masacre estudiantil de 1968, quedando en estado de coma por veinte años, despertando en 1991 en un mundo completamente nuevo para él. La confrontación que hace Retes de ambos mundos es un claro ejemplo de buen cine mexicano, y constituye, además, una de las películas que inauguraron esta nueva etapa de auge de nuestra cinematografía.
En 1994 protagonizó una divertida historia basada en un guión de él mismo, María del Pozo y Gabriela Retes titulada «Bienvenido - Welcome», una excelente combinación de drama y comedia sobre las consecuencias y estragos que el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) ha causado en la sociedad mexicana. Además, en esta misma película se cuenta otra historia: las peripecias y preocupaciones de un grupo de cineastas independientes que intenta desesperadamente concluir la filmación de una película.
Con un sólido reparto encabezado por él, Lourdes Elizarraras, Luis Felipe Tovar, Jesse Borrego, Fernando Arau y Juan Claudio Retes, este director volvió a dar una cátedra acerca de cómo hacer buen cine aprovechando un guión ingenioso y actores de primer nivel.
Para marzo de 1999 en el marco de la XIV Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara, Gabriel Retes estrenó su más reciente producción, titulada «Un dulce olor a muerte», contando otra vez con un reparto de primera calidad encabezado por Karra Elejalde, Ana Álvarez, Diego Luna, Héctor Alteiro y Odiseo Bichir.
Con una corta, pero substanciosa carrera, este es un acercamiento al cine de Gabriel Retes.
Arturo Ripstein
Nacido en la ciudad de México en 1944, Arturo Ripstein debuta en 1965 con la película «Tiempo de morir», gracias al apoyo de su padre, el productor Alfredo Ripstein.
Con el instinto cinematográfico en las venas, Ripstein logra en esta cinta, basada en un argumento de Gabriel García Márquez, una sorprendente visión acerca de una venganza personal en un poblado de la provincia.
Cuatro años más tarde, en 1969, se integró al grupo Cine Independiente formado por Felipe Cazals, Rafael Castañedo, Pedro F. Miret y Tomás Pérez Turrent, quienes ya delataban sus intenciones para llevar a cabo una renovación en el cine nacional. Ese año dirigiría «La hora de los niños» y ya en 1970 realizaría tres cintas: «Crimen», «La belleza» y «Exorcismos».
El año de 1972 marcaría el despegue de este joven director dentro de la producción fílmica nacional: Ripstein y José Emilio Pacheco, autores del argumento de «El castillo de la pureza» se inspiraron en un hecho real para contar la historia de un hombre que encerraba en casa durante largos años a su esposa (Rita Macedo) y a sus hijos (Diana Bracho, Arturo Beristáin y la niña Gladys Bermejo); creyendo que así los preservaría de la impureza del mundo exterior.
Una vez que logró madurar sus excelentes capacidades narrativas, logró con esta cinta no sólo una crítica extrema del paternalismo, sino un ejemplo de cómo el espíritu totalitario y pleno de autoritarismo supone y justifica la represión.
Esta cinta ganó los siguientes premios “Ariel”: mejor película, mejor co-actuación femenina (Diana Bracho) y masculina (Arturo Beristáin), mejor argumento, mejor adaptación y mejor escenografía.
La siguiente cinta de Ripstein también fue escrita por él y Pacheco; «El santo oficio» (1973), con Jorge Luke y Diana Bracho. Fue una ambiciosa e interesante crónica histórica sobre unos judíos víctimas de la Inquisición en la Nueva España del siglo XVI.
En 1976 dirigió el documental de largometraje encargado por el Estado, «Lecumberri», sobre la tenebrosa penitenciaría capitalina.
Como se ha señalado anteriormente, durante la gestión de Margarita López Portillo al frente de R.T.C. se obstaculizaron las carreras de prominentes directores. Ripstein no escapó a tal suerte; el caso de este director resulta aberrante.
Dos películas suyas hechas para el Estado, «El lugar sin límites» (1977) y «Cadena perpetua» (1978), resultaron dignas de figurar entre las mejores jamás filmadas por el cine mexicano y merecieron no sólo el aprecio crítico, sino el éxito en taquilla. Era lógico esperar el apoyo a un cineasta capaz de tales logros; sin embargo, poco después tuvo que aceptar la realización de «La ilegal» para ganarse la vida.
Entre ambas cintas, Ripstein dirigió también para el Estado «La viuda negra» (1977), sobre la pieza teatral de Rafael Solana “Debiera haber Obispas”; la censura se escandalizó ante el divertido e intencionado espectáculo que el director presentó acerca de la gran pasión con que vivían su amor un cura (Mario Almada) y su ama de llaves (Isela Vega), la cinta en cuestión pudo estrenarse hasta 1983.
Después de «Cadena perpetua», en 1978 Ripstein dirigió «La tía Alejandra», otra cinta estatal que contaba la historia de un matrimonio de clase media (Diana Bracho y Manuel Ojeda) víctima con sus hijos de las brujerías de una tía (Isabela Corona). La cinta trataba de aprovechar una moda impuesta por «El exorcista» (William Friedkin, 1973) y otras actualizaciones extranjeras sobre temas demoníacos; Ripstein logró un trabajo sutil, expresivo y decoroso.
En 1979 fue contratado por TELEVICINE (la compañía cinematográfica de Televisa), para dirigir a Lucía Méndez en «La ilegal», una cinta que abordaba el tema de los indocumentados que cruzan a los Estados Unidos. Tratado de una forma completamente superficial, esta producción es el reflejo de las películas puestas al servicio de la moda del cine fronterizo y en obsequio al gran mercado norteamericano de Televisa.
Después de «La ilegal», Ripstein realizó dos películas estatales marcadas por el sello de la dificultad. En «La seducción» (1979), sobre un relato del alemán Heinrich Von Kleist, contaba una historia ubicada en el medio rural de tiempos de la lucha cristera.
En «Rastro de muerte» (1981), el director no pudo contar a su modo, debido a la censura gubernamental, el argumento basado en una novela de Mercedes Manero acerca de unas intrigas políticas por el poder en el Yucatán de los años veinte.
Ya en 1985, Ripstein dirigió una segunda versión de «El gallo de oro» que fuera dirigida por Roberto Gavaldón, titulada «El imperio de la fortuna», cinta que retrata de forma gráfica las andanzas de un gallero en un ambiente de provincia, con palenques y canciones populares.
En los últimos años, el cine y la obra de Arturo Ripstein ha tomado un nuevo aire gracias a las siguientes producciones «La mujer del puerto» (1991), remake de la obra de Arcady Boytler donde la jovencita Evangelina Sosa realiza una sorprendente actuación, «Principio y fin» (1993), una sórdida y cruda historia estelarizada por Ernesto Laguardia, Julieta Egurrola y Blanca Guerra, «Profundo carmesí» (1996), con las soberbias actuaciones de Daniel Giménez Cacho, Marisa Paredes y Verónica Merchant, «El evangelio de las maravillas» (1998), con Katy Jurado, Francisco Rabal, Flor Edwarda Gurrola y Bruno Bichir, y «El coronel no tiene quien le escriba» (1999), con una magistral actuación de parte de Fernando Luján, Rafael Inclán y la veracruzana Salma Hayek, inscritas todas en el ámbito del “nuevo cine mexicano”.
Arturo Ripstein es uno de los pilares de la renovación de nuestro cine, ya que en su búsqueda por darle a la cinematografía nuevos valores temáticos ha incursionado en terrenos prohibidos por la censura, saliendo siempre con obras dignas y perfectamente realizadas.
Como podemos apreciar, en el trabajo de estos doce directores encontramos un punto en común: su interés por ofrecer a la sociedad mexicana un cine de calidad, con temas actuales y de interés general, un cine que dignifique a nuestra nación y que logre sacudirse la mala reputación ganada a pulso, sobre todo en la administración de “la pésima musa” Margarita López Portillo.
No todo el cine mexicano es pornográfico, ni todos los actores se dedicaron a perfeccionar sus albures y desnudos. Por supuesto que en México se produjo en esta etapa cine de calidad, a pesar de los tropiezos y limitaciones, prueba de ello es el trabajo de estos hombres.
Nacido en la ciudad de México en 1944, Arturo Ripstein debuta en 1965 con la película «Tiempo de morir», gracias al apoyo de su padre, el productor Alfredo Ripstein.
Con el instinto cinematográfico en las venas, Ripstein logra en esta cinta, basada en un argumento de Gabriel García Márquez, una sorprendente visión acerca de una venganza personal en un poblado de la provincia.
Cuatro años más tarde, en 1969, se integró al grupo Cine Independiente formado por Felipe Cazals, Rafael Castañedo, Pedro F. Miret y Tomás Pérez Turrent, quienes ya delataban sus intenciones para llevar a cabo una renovación en el cine nacional. Ese año dirigiría «La hora de los niños» y ya en 1970 realizaría tres cintas: «Crimen», «La belleza» y «Exorcismos».
El año de 1972 marcaría el despegue de este joven director dentro de la producción fílmica nacional: Ripstein y José Emilio Pacheco, autores del argumento de «El castillo de la pureza» se inspiraron en un hecho real para contar la historia de un hombre que encerraba en casa durante largos años a su esposa (Rita Macedo) y a sus hijos (Diana Bracho, Arturo Beristáin y la niña Gladys Bermejo); creyendo que así los preservaría de la impureza del mundo exterior.
Una vez que logró madurar sus excelentes capacidades narrativas, logró con esta cinta no sólo una crítica extrema del paternalismo, sino un ejemplo de cómo el espíritu totalitario y pleno de autoritarismo supone y justifica la represión.
Esta cinta ganó los siguientes premios “Ariel”: mejor película, mejor co-actuación femenina (Diana Bracho) y masculina (Arturo Beristáin), mejor argumento, mejor adaptación y mejor escenografía.
La siguiente cinta de Ripstein también fue escrita por él y Pacheco; «El santo oficio» (1973), con Jorge Luke y Diana Bracho. Fue una ambiciosa e interesante crónica histórica sobre unos judíos víctimas de la Inquisición en la Nueva España del siglo XVI.
En 1976 dirigió el documental de largometraje encargado por el Estado, «Lecumberri», sobre la tenebrosa penitenciaría capitalina.
Como se ha señalado anteriormente, durante la gestión de Margarita López Portillo al frente de R.T.C. se obstaculizaron las carreras de prominentes directores. Ripstein no escapó a tal suerte; el caso de este director resulta aberrante.
Dos películas suyas hechas para el Estado, «El lugar sin límites» (1977) y «Cadena perpetua» (1978), resultaron dignas de figurar entre las mejores jamás filmadas por el cine mexicano y merecieron no sólo el aprecio crítico, sino el éxito en taquilla. Era lógico esperar el apoyo a un cineasta capaz de tales logros; sin embargo, poco después tuvo que aceptar la realización de «La ilegal» para ganarse la vida.
Entre ambas cintas, Ripstein dirigió también para el Estado «La viuda negra» (1977), sobre la pieza teatral de Rafael Solana “Debiera haber Obispas”; la censura se escandalizó ante el divertido e intencionado espectáculo que el director presentó acerca de la gran pasión con que vivían su amor un cura (Mario Almada) y su ama de llaves (Isela Vega), la cinta en cuestión pudo estrenarse hasta 1983.
Después de «Cadena perpetua», en 1978 Ripstein dirigió «La tía Alejandra», otra cinta estatal que contaba la historia de un matrimonio de clase media (Diana Bracho y Manuel Ojeda) víctima con sus hijos de las brujerías de una tía (Isabela Corona). La cinta trataba de aprovechar una moda impuesta por «El exorcista» (William Friedkin, 1973) y otras actualizaciones extranjeras sobre temas demoníacos; Ripstein logró un trabajo sutil, expresivo y decoroso.
En 1979 fue contratado por TELEVICINE (la compañía cinematográfica de Televisa), para dirigir a Lucía Méndez en «La ilegal», una cinta que abordaba el tema de los indocumentados que cruzan a los Estados Unidos. Tratado de una forma completamente superficial, esta producción es el reflejo de las películas puestas al servicio de la moda del cine fronterizo y en obsequio al gran mercado norteamericano de Televisa.
Después de «La ilegal», Ripstein realizó dos películas estatales marcadas por el sello de la dificultad. En «La seducción» (1979), sobre un relato del alemán Heinrich Von Kleist, contaba una historia ubicada en el medio rural de tiempos de la lucha cristera.
En «Rastro de muerte» (1981), el director no pudo contar a su modo, debido a la censura gubernamental, el argumento basado en una novela de Mercedes Manero acerca de unas intrigas políticas por el poder en el Yucatán de los años veinte.
Ya en 1985, Ripstein dirigió una segunda versión de «El gallo de oro» que fuera dirigida por Roberto Gavaldón, titulada «El imperio de la fortuna», cinta que retrata de forma gráfica las andanzas de un gallero en un ambiente de provincia, con palenques y canciones populares.
En los últimos años, el cine y la obra de Arturo Ripstein ha tomado un nuevo aire gracias a las siguientes producciones «La mujer del puerto» (1991), remake de la obra de Arcady Boytler donde la jovencita Evangelina Sosa realiza una sorprendente actuación, «Principio y fin» (1993), una sórdida y cruda historia estelarizada por Ernesto Laguardia, Julieta Egurrola y Blanca Guerra, «Profundo carmesí» (1996), con las soberbias actuaciones de Daniel Giménez Cacho, Marisa Paredes y Verónica Merchant, «El evangelio de las maravillas» (1998), con Katy Jurado, Francisco Rabal, Flor Edwarda Gurrola y Bruno Bichir, y «El coronel no tiene quien le escriba» (1999), con una magistral actuación de parte de Fernando Luján, Rafael Inclán y la veracruzana Salma Hayek, inscritas todas en el ámbito del “nuevo cine mexicano”.
Arturo Ripstein es uno de los pilares de la renovación de nuestro cine, ya que en su búsqueda por darle a la cinematografía nuevos valores temáticos ha incursionado en terrenos prohibidos por la censura, saliendo siempre con obras dignas y perfectamente realizadas.
Como podemos apreciar, en el trabajo de estos doce directores encontramos un punto en común: su interés por ofrecer a la sociedad mexicana un cine de calidad, con temas actuales y de interés general, un cine que dignifique a nuestra nación y que logre sacudirse la mala reputación ganada a pulso, sobre todo en la administración de “la pésima musa” Margarita López Portillo.
No todo el cine mexicano es pornográfico, ni todos los actores se dedicaron a perfeccionar sus albures y desnudos. Por supuesto que en México se produjo en esta etapa cine de calidad, a pesar de los tropiezos y limitaciones, prueba de ello es el trabajo de estos hombres.
LAS CARRERAS QUE SE APAGARON
“El cine gubernamental abrió sus puertas a directores y actores que ya eran leyenda: Emilio Fernández logró recrear con vigor sus obsesiones dramáticas y eróticas en «La Choca», de 1973, por la que recibió su último “Ariel”. Roberto Gavaldón intentó la consagración cultural de un Mario Moreno que había perdido ya al público mexicano, en «Don Quijote cabalga de nuevo», de 1972, adaptó con reparto internacional la novela de Sergio Galindo «El hombre de los hongos», en 1975, y se agregó a la línea de parodia política que toleraba el régimen con «Las cenizas de un diputado», en 1976. Julio Bracho tuvo sólo dos oportunidades: el encargo de hacer la biografía del pintor José Clemente Orozco, «En busca de un muro», en 1973, y un alegato contra la migración rural al Distrito Federal, «Espejismo de la ciudad», que abundaba en truculencias y carecía de los temas que tanto le importaban antes (la lucha del hombre de razón contra la barbarie institucional); José Bolaños le dio el papel del padre de Susana San Juan en su versión de «Pedro Páramo», de 1981. Alejandro Galindo fue una figura de culto del Nuevo Cine, y así como Marte le produjo la arrabalera «Tacos al carbón» en 1971, donde lanzaba al público masivo a un joven Vicente Fernández y volvía a trabajar con su criatura David Silva, también le tocó inaugurar la producción en “cooperativa” con la sátira antirreligiosa «San Simón de los Magueyes» en 1972, y hacer una parodia de los nuevos políticos y la vieja política sindical en «Ante el cadáver de un líder» en 1973. Sara García recibió un homenaje desmitificador de su figura maternal en la apoteósica «Mecánica Nacional» en 1971, sin dejar de desperdiciarse en comedias menores como «Entre monjas anda el diablo», de 1972; Fernando Soler fue, con Gabriel Figueroa, el lujo que se dio Jaime Humberto Hermosillo en la gris adaptación de Robert Louis Stevenson al siglo XIX mexicano en «El señor de Osanto», y cerró su brillante carrera con un papel secundario en «El lugar sin límites», en 1977.
David Silva, por su parte, trabajó para las fantasías de Rafael Corkidi «Ángeles y querubines» y Juan López Moctezuma en «La mansión de la locura» y «El castillo de la pureza», de Arturo Ripstein” (García, Gustavo; Coria, José Felipe; Nuevo cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p 22 - 23)
Aunada a la crisis que vivía la industria cinematográfica nacional, a la desastrosa administración de Margarita López Portillo al frente de R.T.C. y al supuesto fraude cometido por varios funcionarios del cine, esta industria sufrió pérdidas irreparables con la muerte de varios de sus directores.
Juan Manuel Torres falleció en 1980 víctima de un accidente automovilístico. Su última película fue «La mujer perfecta» (1977), con Mercedes Carreño que interpretaba a una bailarina y actriz de una vida familiar muy conflictiva.
Llegaron a su fin o se acercaron a él las carreras de algunos directores veteranos: Emilio “Indio” Fernández dirigió para el Estado «México norte» (1977), con Roberto Cañedo y Patricia Reyes Spíndola, y «Erótica» (1978), con Rebeca Silva, Jorge Rivero y Jaime Moreno, segundas versiones de «Pueblerina» y «La red». Este genial cineasta murió en la ciudad de México en 1986.
«Cuando tejen las arañas» (1977), cinta estatal protagonizada por Alma Muriel, se basó en un argumento de Vicente Leñero, Fernando Galiana y Francisco del Villar, quien a su muerte fue relevado como director por Roberto Gavaldón, que hizo así su única película del sexenio.
Una comedia costumbrista de ambiente campesino con intenciones críticas, «La guerra es un buen negocio» o «Azogue» (1982), con Ernesto Gómez Cruz, fue la última película de Tito Davidson, fallecido en 1985, lo mismo que Emilio Gómez Muriel.
También resultaron póstumos los trabajos de Julio Bracho, quien falleció en 1978, y de Julián Soler, en la cinta «Los amantes fríos» (1977), cinta que consta de tres episodios, siendo Miguel Morayta el encargado de dirigir el tercero.
Entre otras películas, Rogelio A. González dirigió para el Estado la farsa pueblerina «El gran perro muerto» (1978), con David Reynoso y Kitty de Hoyos, y la sátira futurista «México 2000» (1981), con los cómicos Héctor Lechuga y Chucho Salinas. La última cinta de este director, fallecido en 1983 sería de producción privada, «Toña... nacida virgen» (1983), basada en la novela “Del oficio”, de Antonia Mora, producida por Gustavo Alatriste e interpretada por Dora Elsa Olea en el papel de una prostituta.
En total, fueron más de 200 los directores de las películas de la época, incluidas las independientes; resultaron los más prolíficos Gilberto Martínez Solares con 16, Mario Hernández con 13, Icaro Cisneros (fallecido en 1983) con 12, Fernando Durán y Federico Curiel con 11 cada uno y Miguel M. Delgado con 10.
“El cine gubernamental abrió sus puertas a directores y actores que ya eran leyenda: Emilio Fernández logró recrear con vigor sus obsesiones dramáticas y eróticas en «La Choca», de 1973, por la que recibió su último “Ariel”. Roberto Gavaldón intentó la consagración cultural de un Mario Moreno que había perdido ya al público mexicano, en «Don Quijote cabalga de nuevo», de 1972, adaptó con reparto internacional la novela de Sergio Galindo «El hombre de los hongos», en 1975, y se agregó a la línea de parodia política que toleraba el régimen con «Las cenizas de un diputado», en 1976. Julio Bracho tuvo sólo dos oportunidades: el encargo de hacer la biografía del pintor José Clemente Orozco, «En busca de un muro», en 1973, y un alegato contra la migración rural al Distrito Federal, «Espejismo de la ciudad», que abundaba en truculencias y carecía de los temas que tanto le importaban antes (la lucha del hombre de razón contra la barbarie institucional); José Bolaños le dio el papel del padre de Susana San Juan en su versión de «Pedro Páramo», de 1981. Alejandro Galindo fue una figura de culto del Nuevo Cine, y así como Marte le produjo la arrabalera «Tacos al carbón» en 1971, donde lanzaba al público masivo a un joven Vicente Fernández y volvía a trabajar con su criatura David Silva, también le tocó inaugurar la producción en “cooperativa” con la sátira antirreligiosa «San Simón de los Magueyes» en 1972, y hacer una parodia de los nuevos políticos y la vieja política sindical en «Ante el cadáver de un líder» en 1973. Sara García recibió un homenaje desmitificador de su figura maternal en la apoteósica «Mecánica Nacional» en 1971, sin dejar de desperdiciarse en comedias menores como «Entre monjas anda el diablo», de 1972; Fernando Soler fue, con Gabriel Figueroa, el lujo que se dio Jaime Humberto Hermosillo en la gris adaptación de Robert Louis Stevenson al siglo XIX mexicano en «El señor de Osanto», y cerró su brillante carrera con un papel secundario en «El lugar sin límites», en 1977.
David Silva, por su parte, trabajó para las fantasías de Rafael Corkidi «Ángeles y querubines» y Juan López Moctezuma en «La mansión de la locura» y «El castillo de la pureza», de Arturo Ripstein” (García, Gustavo; Coria, José Felipe; Nuevo cine mexicano; Editorial Clío; México, 1997; p.p 22 - 23)
Aunada a la crisis que vivía la industria cinematográfica nacional, a la desastrosa administración de Margarita López Portillo al frente de R.T.C. y al supuesto fraude cometido por varios funcionarios del cine, esta industria sufrió pérdidas irreparables con la muerte de varios de sus directores.
Juan Manuel Torres falleció en 1980 víctima de un accidente automovilístico. Su última película fue «La mujer perfecta» (1977), con Mercedes Carreño que interpretaba a una bailarina y actriz de una vida familiar muy conflictiva.
Llegaron a su fin o se acercaron a él las carreras de algunos directores veteranos: Emilio “Indio” Fernández dirigió para el Estado «México norte» (1977), con Roberto Cañedo y Patricia Reyes Spíndola, y «Erótica» (1978), con Rebeca Silva, Jorge Rivero y Jaime Moreno, segundas versiones de «Pueblerina» y «La red». Este genial cineasta murió en la ciudad de México en 1986.
«Cuando tejen las arañas» (1977), cinta estatal protagonizada por Alma Muriel, se basó en un argumento de Vicente Leñero, Fernando Galiana y Francisco del Villar, quien a su muerte fue relevado como director por Roberto Gavaldón, que hizo así su única película del sexenio.
Una comedia costumbrista de ambiente campesino con intenciones críticas, «La guerra es un buen negocio» o «Azogue» (1982), con Ernesto Gómez Cruz, fue la última película de Tito Davidson, fallecido en 1985, lo mismo que Emilio Gómez Muriel.
También resultaron póstumos los trabajos de Julio Bracho, quien falleció en 1978, y de Julián Soler, en la cinta «Los amantes fríos» (1977), cinta que consta de tres episodios, siendo Miguel Morayta el encargado de dirigir el tercero.
Entre otras películas, Rogelio A. González dirigió para el Estado la farsa pueblerina «El gran perro muerto» (1978), con David Reynoso y Kitty de Hoyos, y la sátira futurista «México 2000» (1981), con los cómicos Héctor Lechuga y Chucho Salinas. La última cinta de este director, fallecido en 1983 sería de producción privada, «Toña... nacida virgen» (1983), basada en la novela “Del oficio”, de Antonia Mora, producida por Gustavo Alatriste e interpretada por Dora Elsa Olea en el papel de una prostituta.
En total, fueron más de 200 los directores de las películas de la época, incluidas las independientes; resultaron los más prolíficos Gilberto Martínez Solares con 16, Mario Hernández con 13, Icaro Cisneros (fallecido en 1983) con 12, Fernando Durán y Federico Curiel con 11 cada uno y Miguel M. Delgado con 10.